Desde que el sistema político peruano entró en crisis, las elecciones presidenciales se han convertido en una suerte de mazazo que remece a nuestra indolente sociedad y la confronta con el mayor de sus males: la exclusión, con hondas raíces históricas, de un sector mayoritario de peruanos y no solo de los beneficios del crecimiento económico sino incluso de una atención mínima por parte del Estado. La indignación que esta situación genera hizo que en el último proceso electoral los “perros del hortelano” (como desatinadamente calificó a los excluidos el presidente saliente al inicio de un mandato que más bien lo obligaba a tomarlos en cuenta) ladraran con más rabia aún y esto a su vez provocó que cayeran muchas máscaras. En tanto cada sociedad tiene maneras de esconder sus mecanismos de dominación y de salvar sus apariencias democráticas, lo ocurrido puede enseñarnos mucho sobre cómo somos en realidad los peruanos.
Las élites económicas
En los cursos de educación cívica se nos enseña que los poderes del Estado son el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial y que por lo menos a los dos primeros los ciudadanos tenemos el derecho de elegirlos. No se nos dice, en cambio, que en las sociedades capitalistas contemporáneas los empresarios tienen tanto o más poder que el presidente y los parlamentarios. De hecho, mientras presidente y parlamentarios pasan cada cinco años, los empresarios se quedan y siguen acumulando influencia. Esto no es malo cuando este sector de la sociedad apuesta por el país y no solo por sus intereses o, por lo menos, cuando trata que los intereses del país coincidan con los propios. ¿Es lo que vimos en las últimas elecciones?, lamentablemente no.
Como señala Romeo Grompone, investigador del Instituto de Estudios Peruanos, “nuestras élites económicas no son liberales. En su definición básica no entienden la idea de un Estado como garantía de los derechos fundamentales, sino que la restringen a aquello que sean sus intereses inmediatos. Los ideales ilustrados de la igualdad de oportunidades no forman parte de su cultura ni de su horizonte de valores. Tampoco se ha tenido una visión integral de nación en la que se entienda que para conducir un país se tiene que obtener principios mínimos de consentimiento de la mayoría. Yademás sostener que existen verdades fundamentales que se encuentran apegadas a sus intereses y que no se encuentran sujetas a controversia, desconociendo el pluralismo de opciones aun en el caso que estas opciones solo introduzcan reformas en el sistema que defienden”.
Lo más grave es que lo constatado por Grompone en el último proceso electoral es válido para los casi dos siglos de historia republicana. Nuestras élites económicas cargan en su pasivo el haber ayudado a construir un Estado que siempre ha dado las espaldas a las grandes mayorías y, por lo mismo, se han empeñado en satanizar los pocos intentos que ha habido a lo largo de nuestra historia por cambiar esta situación, como las reformas del gobierno militar de Velasco Alvarado. No es casual que una de las acusaciones descalificatorias que se esgrimían contra Ollanta Humala en la segunda vuelta, y que apelaba al sentido común que han tratado de construir estas élites, era la de velasquista.
Los medios de comunicación
La prensa suele ser llamada el cuarto poder del Estado y su papel en las sociedades democráticas debería consistir en controlar al poder político y defender los derechos de los ciudadanos ante el Estado. En los últimos tiempos, sin embargo, el papel de los medios de comunicación ha ido cambiando del mismo modo que se han ido transformando las mismas sociedades. En el capitalismo de ficción, en efecto, ese que privilegia las industrias del entretenimiento sobre la producción de bienes, los medios de comunicación banalizan cada vez más la información y están convirtiendo a los ciudadanos simplemente en consumidores. Es más, reunidos en grandes corporaciones con canales de televisión a la cabeza, los grupos mediáticos, guiados por el afán de lucro, están renunciando al que era el pilar de su credibilidad: un manejo de la información lo más objetivo y plural posible.
Esto lo vimos claramente en las últimas elecciones, donde grupos empresariales que manejan canales de televisión de cable y de señal abierta, así como periódicos orientados a distinto público lector, abandonaron el principio de mostrar sus simpatías políticas sólo en las páginas de opinión y se dedicaron a manipular descaradamente la información. La denuncia que de esto hizo Mario Vargas Llosa le valió el calificativo de mentiroso, generándose un cargamontón en su contra.
El poder de estos medios, debiéramos tenerlo presente, radica ya no en una credibilidad en la que ni siquiera ellos mismos creen, sino en su capacidad para tenernos acostumbrándonos a una diaria dosis de “infotainment”, información mezclada o convertida en entretenimiento. Mantenerse informado en este mar de trivialidades demanda de la audiencia una actitud muchísimo más crítica y selectiva de qué es lo que ve y lo que lee.
Los jóvenes y las redes sociales
Desde hace unos años, las redes sociales, campo privilegiado de acción de las nuevas generaciones familiarizadas con las famosas TICs (tecnologías de información y comunicación), están jugando un papel insospechado en las transformaciones sociales. Ejemplos recientes son las revoluciones ocurridas en los países árabes, como Túnez y Egipto, donde las redes sociales desempeñaron un papel de primer orden en la movilización social y en el derrocamiento de regímenes anquilosados.
En nuestras elecciones, las redes sociales también jugaron un papel importante pero de signo inverso. En la primera vuelta contribuyeron al despegue de una de las candidaturas, pero curiosamente la que más apostaba por el mantenimiento del statu quo. El razonamiento que al parecer estaba detrás de la opción de los jóvenes de clase media y alta que generaron esta corriente de opinión en el facebook era en apariencia impecable: si queremos que nuestro país siga en la senda de crecimiento económico y mantenga la estabilidad, debemos apoyar a los actores principales de este crecimiento, políticos conservadores y empresarios. Llama la atención, sin embargo, el enorme egoísmo que subyace a esta manera de pensar pues no toma en cuenta para nada a esa mitad del país que, como ya dijimos, no se beneficia en nada o casi nada del crecimiento económico y vive una situación de exclusión que se remonta hasta la colonia.
La consecuencia lógica de esta manera de sentir y pensar fue que la derrota de la señalada opción electoral en primera vuelta desató una ola de comentarios racistas en las redes sociales, que culpaban del atraso del país a esos mismos sectores sobre cuya pobreza se está construyendo desde hace siglos la prosperidad de un pequeño sector de privilegiados. Como se ve, se trata de un razonamiento que está en la línea de lo expresado por el presidente García ni bien asumió su segundo mandato en su serie de artículos sobre “los perros del hortelano”. Esto hace pensar que estamos ante el intento de construir un nuevo sentido común en nuestra sociedad, que culpa a los pobres no solo de su propia pobreza sino del atraso del país.
¡Que contraste entre el papel desempeñado por algunos sectores de jóvenes en nuestro país y el jugado esos mismos días por los jóvenes indignados en España! Ambos movimientos tenían en común, es cierto, el haber nacido gracias al poder de las redes sociales, pero mientas los jóvenes de clase media y alta del Perú manifestaban un increíble, para su edad, temor al cambio, los jóvenes españoles abogaban por cambiar las reglas de un juego democrático del que se sienten excluidos.
Los partidos políticos
Muchos de los fenómenos negativos que se presentan en nuestros procesos electorales, como la volatilidad extrema del voto y la aparición de outsiders, se debe en parte a que los partidos políticos, los engranajes del juego democrático, están hace tiempo en una profunda crisis. Las recientes elecciones han vuelto a mostrar eso y han llevado incluso a que algunos analistas hablen de una etapa final de la enfermedad.
El más contundente en señalar esto ha sido el sociólogo Julio Cotler, en una entrevista publicada en el último número de la revista Argumentos del Instituto de Estudios Peruanos: “Para mí –manifiesta Cotler– acabó el ciclo histórico de los partidos más antiguos del Perú. Mira dónde está el PPC, mira dónde está el APRA, mira dónde está Acción Popular, mira dónde está Patria Roja o los partidos que integraron la Izquierda Unida. Todas esas son cosas que se acabaron con los años ochenta y hoy te encuentras con lo que queda de ellas, y lo que queda en el caso del APRA es Alan García. Creo que no se ha hablado lo suficiente de la situación a la que ha llegado el APRA; es una cuestión impresionante, es una historia política de los últimos ochenta años en el Perú que se acabó”.
Al mismo tiempo, pareciera que estamos asistiendo al surgimiento de nuevos partidos políticos, como los dos que llegaron a la segunda vuelta: Fuerza 2011 y el Partido Nacionalista. Así, en el mismo número de Argumentos, Adriana Urrutia estudia el desempeño de Fuerza 2011 en las elecciones municipales y regionales de noviembre, así como en la primera vuelta de las elecciones presidenciales y parlamentarias, y llega a la conclusión de que estamos ante la emergencia de un partido político cuyas principales características son: “fuerte implantación territorial en los conos de Lima; fuerte implantación social en sectores populares y mediana implantación en sectores rurales; un liderazgo carismático que, más que constituir una imagen de la mujer empoderada, refuerza una imagen tradicional de la mujer y, finalmente, movilización de recursos políticos importantes (en términos discursivos, memorias partidarias y emociones; en términos organizativos, la constitución de una red partidaria organizada capaz de hacer proselitismo político sin esperar otras retribuciones que las simbólicas)”.
Hacen falta estudios similares para el Partido Nacionalista, pero hay indicios de que esta fuerza política también está abocada al trabajo silencioso de conformar comités de base, capacitar a sus cuadros y ganar el apoyo de la población. Esto es por lo menos lo que se colige de lo manifestado a Parlante (ver artículo “Mujeres en campaña” en el número 107) por la ahora congresista electa por el Cusco Verónica Mendoza.
Los cinco años que vienen mostrarán en todo caso cuánto podrán avanzar las dos agrupaciones mencionadas para constituirse en los partidos de recambio de los que ya han terminado su ciclo histórico. Agrupaciones como Perú Posible y Solidaridad Nacional, en todo caso, enfrentarán mayores dificultades para subsistir debido a que dependen excesivamente del liderazgo personal de sus fundadores. Y Alejandro Toledo, por lo menos, no ha dado muestras de querer hacer un trabajo partidario serio en los períodos entre elecciones.