Mientras en el CADE, los empresarios producían un discurso autosuficiente y nada autocrítico sobre su rol -pasado y presente- ante el país, mientras ellos contaban con el apoyo de todos los medios de comunicación para difundir sus ideas y continuar imponiendo su modelo de desarrollo (sus propios intereses), mientras el presidente Humala se reunía con ellos para no decir ni hacer nada (como ya es su costumbre) e insistir en el mismo rumbo, en la ciudad del Cuzco, en esos mismos días, se desarrollaba también otra reunión, otro congreso, mucho más humilde, pero quizá de mayor importancia. Me refiero al Primer Encuentro Nacional de la nueva red de Puntos de cultura.
Parece una broma, pero solo los políticos actuales entenderán como un chiste comparar la importancia de los empresarios con la de los artistas peruanos y los gestores culturales. Sin embargo, un conjunto de preguntas deben ponerse sobre la mesa. ¿Cuál es la estrategia para comenzar, de una vez por todas, a combatir la corrupción? ¿Cuál es la manera de dejar el último puesto mundial en compresión lectora? ¿Cuál es la forma de producir ciudadanos más informados, más críticos, lejanos ya de la homofobia, el racismo, el individualismo consumista y todas esas prácticas mediante la cuales en el Perú nos discriminamos unos a otros, nos violentamos unos con otros y así destruimos el tejido social día a día?
Los puntos de cultura parecen ofrecer una respuesta a ello. Se trata de un proyecto para encarar dichos problemas estructuralmente, en el corto y largo plazo, trabajando con las comunidades de base, desde los barrios y en los propio espacios locales a fin instalar a todas las artes (y a la cultura en general) como un factor de desarrollo, como un dispositivo constructor de nuevas ciudadanías y como un agente restaurador del vínculo social cada vez más degradado. En efecto, en el Perú debemos comprender ya (el Ministro de Economía debería comprender ya) que la corrupción y la violencia urbana no se combaten construyendo más cárceles ni metiendo presos a los corruptos (aunque lo cierto es que varios otros ex-presidentes y congresistas actuales ya deberían estar ahí). Hoy tenemos que afirmar que se combaten ofreciendo nuevos modelos de identificación y de identidad, nuevas sensibilidades, convirtiendo a las ciudades en lugares educativos con permanente una oferta simbólica. Los puntos de cultura apuestan por las artes y vienen trabajando así desde hace muchos años.
Gracias a la infatigable labor de Paloma Carpio, Mariela Noriega y de un intenso equipo de gestores culturales, el Ministerio ha reunido a todos los puntos de cultura en una red nacional replicando así el modelo que se instaló en Brasil a inicio de esta década y que hoy se viene gestando, con muchísimo éxito, en casi todos los países latinoamericanos. De hecho, al mencionado congreso asistieron autoridades políticas de la cultura de Brasil, Argentina, Colombia, Costa Rica y Bolivia. Hoy el Perú cuenta ya con 120 puntos de cultura en todo el país que trabajan localmente difundiendo las artes, democratizando su consumo, activando su producción, intentando construir, desde ahí, una cultura nueva, un nuevo tejido social, más humano y democrático.
Se trató de una reunión histórica cargada de mística, de buena onda, de un intenso compromiso con el país. Aunque, por supuesto, dentro del grupo hay discrepancias y diferencias, ese tipo de vocación de servicio (y de entrega hacia lo colectivo) es una que ya no se ve actualmente en el país pues, como todo sabemos, nos encontramos inmersos bajo un capitalismo salvaje que lo único que promueve es el individualismo violento, la competencia dura y el puro interés personal. Hoy, en efecto, vivimos bajo una cultura extremadamente superficial que solo aplaude el entretenimiento fácil, la desinformación ante lo que sucede, la censura ante la disidencia democrática y la invisivilización autoritaria de otras formas de pensar. En el Perú de hoy (y más aún hoy con la concentración de los medios dirigida ahora por el grupo El Comercio) casi solo estamos destinados a escuchar a Aldo Mariátegui, a Jaime de Althauss, a los tristísimos Rey con Barba, a Mónica Delta y muchos otros que ya mejor no sigo nombrando.
Por el contrario, los agentes culturales reunidos la semana pasada en Cuzco mostraron otro tipo de trabajo, compartieron sus proyectos y comenzaron a elaborar un proyecto de ley para que el Estado peruano se comprometa, de una vez por todas, con el desarrollo de nuevas políticas culturales que son, en última instancia, aquellos dispositivos que pueden funcionar como una de las mejores maneras de encarar estructuralmente y con seriedad (digo, más allá de los números macroeconómicos o de la ya monótona “riquísima comida peruana”) el gravísimo deterioro social en el que nos encontramos.
Fuente: La Mula.pe