Una nueva autoridad al mando del Ministerio de Cultura genera siempre una actitud expectante, porque se trata de una institución que ha sido conseguida con mucho esfuerzo pero que, sin embargo, todavía no consigue despegar. De hecho, ya han habido algunos logros importantes en varias direcciones del Ministerio, pero hay una cuestión de fondo que no se puede dejar de mencionar: el rol que deben cumplir las políticas culturales para restaurar el vínculo social en el Perú, el papel que ellas deben jugar en la constitución de una ciudadanía más responsable, más igualitaria y más crítica de sí misma.
Todavía mucha gente no se da cuenta que la crisis de la clase política actual no solo tiene que ver con los políticos de turno, sino con una cultura mal constituida desde su propia base y que se deteriora día a día. El Perú crece económicamente, pero eso no lo convierte en una sociedad más honesta, menos racista, menos machista, menos frívola y con un mayor sentido de justicia. Todavía a muchos (como al presidente Humala o al Ministro de Economía) les cuesta entender que la escuela no es la única instancia educativa del país, sino que también educan los parques, lo museos, las artes, el cine, la radio, la televisión y los periódicos cuando no están manipulados por intereses mezquinos como lo están casi todos hoy en día. No somos en el Perú ni una sociedad integrada ni una sociedad honesta: si reconocemos que la corrupción es un mal nacional, lo cierto es que ella no se soluciona metiendo a los corruptos a la cárcel, sino con políticas culturales que nos permitan observar cómo los peruanos somos socializados para no respetar la ley y para reírnos de su transgresión. A ese tipo de proyectos debería dedicarse también el viceministerio de interculturalidad (que, dicho sea de paso, debería llamarse “Interculturalidad y Ciudadanía”).
Muchos hemos quedado profundamente afectados por la destrucción de la huaca “El Paraíso” a manos de una empresa privada que, como muchas empresas privadas, desprecian todo aquello que es público. Muchos seguimos expectantes acerca de si se van a recuperar los Teatros Municipales en provincias o sobre cómo se va a administrar el Gran Teatro Nacional, vale decir, si éste se va a convertir en un lugar gestionado solamente para una pequeña elite que es la que puede pagar entradas muy caras o a la que le gusta comentar sus visitas a restaurantes lujosos. Las huacas y los teatros son trascendentes sin duda, pero es también sorprendente el hecho de que, en pleno siglo XXI, el INEI insista en discriminar a la población LGBT y que haya decidido no contarla y no considerarla ciudadana. El Ministerio de Cultura –y no solo la Defensoría del pueblo- debería intervenir.
Preocuparse por preservar las huacas es urgente, por supuesto, pero lo es también construir políticas que no reduzcan la vida al mercado, a la frivolidad del consumo y al poder de los poderosos. Son los lobbys de los grandes los que han neutralizado la consulta previa en las comunidades indígenas porque el capitalismo actual ha pasado a otra etapa y ya no es democrático. Más bien, la democracia es un obstáculo para su necesidad de expansión y quiere imponerse a como dé lugar. La cultura es, sobre todo, la cultura viva de muchas asociaciones que hoy trabajan en diversos barrios del país y que pronto se reunirán en el Tercer Encuentro Nacional de Cultura que se realizará el mes que viene en el Cuzco. La nueva Ministra haría muy bien en asistir. Las huacas son importantes sí, claro, pero una acción sobre ellas no puede continuar reproduciendo aquella vieja ideología criolla que una notable historiadora peruana describió tan bien como “Incas sí, indios no”.
Fuente: La Mula.pe (01/08/2013)