Antonio Zapata: Canción criolla

zapataPublicado en: La República
Fecha Mier, 03/11/2010
Obtenido en: http://www.larepublica.pe/sucedio/03/11/2010/cancion-criolla

Días atrás se celebró el Día de la Canción Criolla, desde hace años opacada por la fiesta de Halloween. Esta superposición es una alegoría del declive del vals, cuya próxima desaparición se ha anunciado repetidamente. En efecto, es evidente que el criollismo ha dejado atrás una época de esplendor; pero, ¿ello significa que su muerte es inevitable? Una respuesta a esta interrogante se halla en un libro de José Antonio Lloréns acerca de la historia del vals popular limeño.

De acuerdo a Lloréns, la canción criolla surgió durante la reconstrucción nacional, que siguió a la Guerra del Pacífico. El vals era muy apreciado por ser un baile de pareja, que se abraza y toma de las manos, en contraste con los bailes anteriores, donde primaban las cuadrillas casi teatrales. Era un baile intimista, que reflejaba la individualización sentimental, en oposición a la sociedad de la representación, propia de los tiempos coloniales. Por eso, el vals se impuso como esencia de una nueva forma musical.

Esa primera etapa corresponde a la llamada Guardia Vieja, que combinó valses vieneses con música de zarzuela, adaptada gracias a nuevas letras y arreglos. Entonces, destacó “el Tunante” Abelardo Gamarra que había sido breñero y publicó un célebre periódico titulado La Integridad. Fue un personaje de los comienzos y compuso un vals de gran impacto popular, “La Andarita”, en homenaje al bandolero Luis Pardo. Los fundadores se extienden hasta los intérpretes Montes y Manrique, que grabaron en 1912 para el sello de la Columbia los primeros discos de música popular peruana.

La Guardia Vieja dio paso a una segunda hornada, donde la figura más destacada fue Felipe Pinglo, quien inició la edad de oro de la canción criolla. No fue un purista, sino un innovador. Pinglo combinó el vals criollo, que había recibido de los fundadores, con géneros musicales argentinos, mexicanos y norteamericanos, transmitidos gracias a las cortinas musicales de las primeras películas del cine sonoro. Así, renovó profundamente el vals y fue resistido por los tradicionalistas, apegados al momento inicial. Además, era un poeta y supo componer una letra inspirada y sentimental.

La edad de oro acompañó el apogeo de la radio y –con un primer traspié en los sesenta– llegó hasta los críticos años setenta. Entonces, la canción criolla fue adoptada por el gobierno militar de Juan Velasco. Su estatus se elevó oficialmente a representación del Estado, ascendiendo de música costeña a símbolo de la unidad nacional debajo de los militares. Ese nuevo puesto era político y artificial.

Al caer Juan Velasco y derrumbarse su obra, nadie recogió su herencia. Al contrario, en los años 1980, los dueños de los medios de comunicación, que recuperaron sus propiedades, se encargaron de proscribir todo lo que oliera a las reformas. De pronto, la canción criolla pasó de símbolo al silencio; fue arrojada de los círculos de difusión masiva. En paralelo, las migraciones cambiaron la composición y las tradiciones culturales de la población capitalina. Así, la crisis de la canción criolla tuvo doble origen: su conflictiva relación con la política y las transformaciones sociales en Lima.

Pero no ha desaparecido; por el contrario, ha encontrado un nicho donde sobrevive y hasta se expande, como una variedad limeña de música costeña, en medio del diluvio musical causado por la internacionalización de los géneros y el predominio de nuevas fusiones, basadas en la música andina. Además, el vals perdura en los grandes éxitos de antaño, convertidos en referentes sentimentales de la nacionalidad.

Reciclada hacia abajo, la música criolla sigue en la brega y su historia queda bastante más clara gracias al enorme trabajo de investigadores como José Antonio Lloréns.