Cuando los chilenos y chilenas se acerquen a votar este domingo 19 de diciembre tendrán que elegir entre dos opciones que no podrían ser más distintas. De un lado, José Antonio Kast, del Frente Social Cristiano y de la extrema derecha, representa un retroceso en derechos sociales y la defensa férrea del sistema económico actual. Del otro lado, la centro-izquierda está representada por Gabriel Boric (Apruebo Dignidad), cuya plataforma busca garantizar una serie de derechos que corrijan las distorsiones y abusos del modelo que defiende su contendor.
Debería tratarse de una decisión fácil, pero no lo es. Desde hace poco más de dos años, los chilenos han estado expuestos a dos fenómenos únicos: el estallido social y la pandemia. Por varios meses, el primero sirvió como motor para la movilización de cientos de miles de personas. Estas demandaron una serie de peticiones que cuestionaban prácticamente todo aspecto de la sociedad: desde pensiones justas hasta la reducción del accionar y la refundación completa de los carabineros, la fuerza policial. Fue tal la magnitud de estas movilizaciones que en pocos días consiguieron algo que hasta ese entonces parecía impensable: que un atormentado Sebastián Piñera confirme el llamado a un plebiscito para cambiar la Constitución de Pinochet de 1980.
Por otro lado, la presencia de la pandemia de covid-19 significó la adopción de medidas estrictas de confinamiento, y con ello la reducción (pero no necesariamente el fin) de las movilizaciones sociales. La pandemia a su vez puso a prueba a un gobierno que se encontraba aún aturdido por las concesiones realizadas y su rápida pérdida de legitimidad, la cual buscaba ser rescatada a como diera lugar. El Gobierno reaccionó rápidamente estableciendo un ambicioso aparato de monitoreo y de compra de vacunas que permitió una recuperación lenta pero sostenida. La pandemia puso también a prueba el sistema económico cuestionado previamente en el estallido social, específicamente las AFP. Los ahorros administrados por las AFP fueron utilizados por los ciudadanos como una forma de sobrellevar las dificultades propias del confinamiento, dejando de lado su carácter de intangibles y de pilar de las reformas neoliberales de los años ochenta.
Con estos dos factores como telón de fondo, hay que indicar además que la elección de este domingo continúa con uno de los ciclos electorales más intensos de la historia del país. Si bien el balotaje se va haciendo común entre los países latinoamericanos, en el caso chileno este se suma a una serie de votaciones por distintos motivos: desde la elección de nuevas autoridades hasta el plebiscito por la nueva Constitución (aplazado en algún momento por la pandemia). Tan solo cambiar la Constitución ha significado votar en un plebiscito, elegir a los miembros de la Convención que la va a redactar y votar nuevamente un plebiscito de salida respecto del texto final, posiblemente a mediados del próximo año.
De alguna forma, este escenario permite comprender lo que está en juego en la votación del domingo. Los temas en discusión van más allá del modelo económico, y hasta cierto punto esta elección bien podría decirse que es una extensión de lo ocurrido el 18 de octubre (o del último medio siglo desde el triunfo de la Unidad Popular y el golpe de Estado). Lo que ha quedado en claro desde la primera vuelta y en el mes de preparación para el balotaje es que los dos temas
centrales han sido los de orden/seguridad y mejoras en el nivel de vida. A esto se han sumado otros relacionados con los derechos de las mujeres, los derechos de los pueblos originarios, la migración y las fronteras, las tradiciones del mundo rural como el rodeo y la defensa de los animales, y más recientemente el modelo de desarrollo vial basado en ferrocarriles (frente a seguir dependiendo de los camioneros para el transporte de mercaderías). La campaña parece también haber seguido un guion ya predecible, en el que los seguidores del candidato de extrema derecha pusieron en marcha el anticomunismo, las fake news a través de redes sociales y los ataques personales; todo esto sin contar con una cierta complicidad del Gobierno por medio de cuadros gubernamentales que han roto la aparente neutralidad y han salido a apoyar abiertamente a Kast.
La elección de este domingo es importante porque demuestra que las transiciones de dictaduras a democracias no son procesos cortos o que se terminan en una serie particular de procedimientos. Esto es válido no solo para Chile, sino también para el Perú del periodo 2000-2021, en particular desde la segunda vuelta. Así, convendría replantearse la noción de “transición”, y apreciar esta como procesos de mediana duración, sometidos constantemente al escrutinio, donde las fuerzas inicialmente derrotadas no siempre lo están, pues encuentran la forma de renovar el discurso y energizar a bases con nostalgia por regímenes y modelos de vida autoritarios. Implica también ver más allá de la dicotomía derecha/izquierda, en la que una serie de movimientos y liderazgos reemplazan a la formación y trayectoria partidaria, y encuentran una mayor conexión y representatividad en los votantes.
Sea quien sea quien gane este domingo, los chilenos tendrán que seguir participando activamente a través de la movilización, el debate o el voto (con casi uno de cada dos chilenos absteniéndose de votar) en relación con lo que esperan del país para los próximos años. Es un escenario complejo, pero que confirma la tradición democrática del país y cómo sus ciudadanos están buscando superar lo ocurrido hace dos años, cuando el sistema simplemente implosionó.