Pedro Castillo ha de asumir la Presidencia de la República mientras crece la incertidumbre sobre el futuro político del país. Una lista de oposición liderada por Acción Popular con apoyo del fujimorismo acaba de ganar la Mesa Directiva del Congreso. Aunque el almirante Montoya quedó aislado a la cabeza del sector más intransigente, el triunfo de la Sra. Alva presagia un nuevo período de confrontación entre Ejecutivo y Legislativo.
La ciudadanía viene de sufrir el mismo conflicto a lo largo del desastroso quinquenio anterior. Además, en la historia peruana todos los gobiernos sin mayoría en el Legislativo han terminado mal: Bustamante, Belaunde1, Fujimori, PPK y Vizcarra. Como sabemos, Fujimori lideró un autogolpe y venció al Congreso, todos los demás fueron derrotados por ese poder o por los militares. Por ello, el gobierno de Castillo comienza con grandes dificultades y peores presagios. ¿Puede superar esta condición? Por supuesto, la historia existe para ser transformada, pero ello requiere una habilidad particular. Maquiavelo decía que, para remontar, el gobernante debe combinar las virtudes del zorro y el león.
Resulta paradójico que Acción Popular, apoyado por el fujimorismo, haya acabado ganando el parlamento. Esa misma coalición propició el golpe parlamentario de noviembre de 2020 que fue resistido exitosamente por la ciudadanía y obligado a retroceder. Ahora han vuelto gracias a los votos que obtuvieron en las elecciones para el Congreso. Así como había muchos que los repudiaron en noviembre, tuvieron suficientes electores en abril y han maniobrado para acabar presidiendo el Congreso en julio.
Pero, ese resultado también es producto de la debilidad política de la coalición de Castillo. La propuesta de Asamblea Constituyente ha bloqueado el entendimiento con sectores del centro. Esa consigna expresa el hartazgo de la izquierda con la situación actual y su esperanza en un cambio. Manifiesta la voluntad de acabar con la discriminación y poner a los pobres primero. Pero, la experiencia no avala estas expectativas. El Perú ha tenido doce constituciones y ninguna ha abierto un camino de transformaciones sociales, ¿Por qué habría de hacerlo la constitución número trece?
A la vez, solo hemos tenido un gobierno que emprendió reformas sociales en profundidad. Este fue el de Velasco y, como todos sabemos, actuó al margen de cualquier constitución. Sin embargo, la izquierda de hoy concede gran importancia al proceso de construcción de un nuevo consenso constitucional, a un gran debate público sobre el Perú del futuro. Pero, las transformaciones surgen de procesos de movilización social y no de documentos, menos si son elaborados por la actual correlación de fuerzas políticas. Una Asamblea Constituyente elegida hoy en día tendría más o menos los mismos representantes. ¿Harían una gran constitución?
Por su lado, la idea de la Asamblea Constituyente no es compartida por la mayoría de la ciudadanía. En efecto, según la última encuesta del IEP, solo el 23% quiere renovar completamente la carta magna, mientras que el 58% prefiere realizar algunos cambios. Además, la derecha ha exacerbado el temor al cambio constitucional y lo ha hecho un sinónimo a la llegada del comunismo. Por ello, es una consigna divisiva, que ha ahuyentado a Acción Popular y facilitado su entendimiento con el fujimorismo.
Sin embargo, las fuerzas de oposición al gobierno de Castillo en el Congreso solo han sumado 79 votos, incluyendo a quienes acompañaron a Montoya hasta el final. Eso significa que necesitan ocho votos extras para reunir la mayoría calificada que permita vacar a Castillo. Como todos sabemos, la destitución del presidente es el objetivo que unifica a la derecha y van a tratarlo de concretar lo antes posible.
Pero, aún les faltan ocho votos para lograr su propósito. Por ello, el gobierno requiere mantener los cincuenta votos que han estado de su lado en la elección de la Mesa. Esos cincuenta votos son mayoritariamente de izquierda, pero incluyen a fuerzas de centro con influencia en la clase media urbana y educada, fundamentalmente los Morados, pero también Somos Perú. Si la izquierda pierde a esos aliados, la derecha podrá vacar a Castillo.
Los pretextos políticos están a la vista. Apenas se instalen en sus curules, los parlamentarios de derecha pedirán la formación de dos comisiones investigadoras, la primera sobre las instituciones electorales y la segunda sobre los Dinámicos del Centro. Ambas buscan sustentar la ilegitimidad del gobierno, la primera por fraude y la segunda por financiamiento ilegal. Así, en los próximos meses la derecha puede tener los votos y las razones “legales” para vacar a Castillo.
Es obvio que el gobierno necesita defender su posición. Pero, ¿Cuál es el camino? En el congreso de Perú Libre, Cerrón recomendó endurecer y movilizar las calles, así como sacar adelante la Asamblea Constituyente. Su propuesta para primer ministro ha sido el ex congresista Róger Nájar, una figura controvertida porque, además de un paso anodino en un parlamento anterior, registra una denuncia por abandono de una hija y un escándalo judicial al respecto.
Ese perfil lleva a perder el escaso apoyo que dispone Castillo entre la clase media urbana y sus representantes políticos en el parlamento. La protección de los derechos de las minorías y sobre todo de las mujeres menores de edad es parte del sentido común progresista contemporáneo. Por ello, parece mala idea apoyarse en figuras tan o más divisorias que la misma consigna de Asamblea Constituyente.
Pero, si ese camino parece preñado de autogoles, ¿Cuáles son las opciones de Castillo? En realidad, se hallan en el discurso que pronunció en el mismo congreso de Perú Libre donde Cerrón trató de cuadrarlo. En ese momento, Castillo puso por delante las necesidades de las grandes mayorías. La pobreza, el hambre y el sufrimiento se han extendido como mancha de aceite por todo el país. De acuerdo a Castillo, la prioridad del gobierno es rescatar la salud y la economía, como tareas de reconstrucción nacional a ser llevadas adelante con la mayor amplitud.
Inclusive, Castillo también planteó una salida correcta para la Asamblea Constituyente. Sostuvo que se llevaría adelante si el pueblo lo pide, resolviendo el punto apelando a la democracia. Entonces, Castillo parece entender por dónde debe ir su gobierno. El problema es que carece de bases propias y su aparente indecisión expresa la búsqueda de aliados que puedan sostenerlo.
El único poder a disposición de Castillo es la Presidencia de la República y solo desde ese espacio puede armar una coalición. Ese poder se concreta en el nombramiento de un gabinete y en impulsar las políticas públicas que debe implementar. El gobierno no puede naufragar, necesita salir adelante y mostrar un camino de recuperación a la nación entera. Es la manera de ganar a las clases populares y a sectores de clase media: hacer del gobierno una tabla de salvación que rescate al país del desastre que estamos viviendo.
La valla la tiene alta, porque el gobierno de emergencia de Sagasti ha cumplido con bastante eficiencia. La población está agradecida por la campaña de vacunación y el respiro económico que se ha empezado a sentir. Sin compartir el triunfalismo del ministro de Economía, es indudable que el peor momento ha pasado. Castillo tiene que partir de ese nivel inicial de recuperación de la confianza y construir una coalición más amplia que la exigua mayoría que obtuvo en las urnas.
Pero, es indudable que la tiene difícil. No hay partido político, él mismo apenas es un invitado en un vientre de alquiler. Además, la ciudadanía está cansada y pocos realmente participan en política. Entre los activistas prima el radicalismo y el atrevimiento, pues llegan a amenazar a Castillo si toma un rumbo más moderado. La única nota optimista proviene de la familia presidencial. La sencillez y claridad de Lilia Paredes de Castillo expresa un viento fresco que proviene del hogar del presidente. En el Perú, como en todo el Tercer Mundo, la familia constituye uno de los ejes de la sociedad. Una familia campesina en Palacio es un símbolo potente de reconciliación del país con su pasado.
200 años después de la declaración de independencia, lo mejor que podía pasarle al país es un presidente rural andino. Para terminar, pensemos su situación a partir de la máxima de Maquiavelo. El zorro es la habilidad política, entonces confiemos en que la práctica sindical de Castillo le haya enseñado cómo ganar aliados. Por otro lado, el león es la fuerza y, como solo tiene el Ejecutivo, en buena medida depende de los demás. Esto significa que su fuerza reside en el compromiso de los que solo pretenden ayudar en lo que juzguen necesario. Una vez más el país está en juego, no obstante, sabremos sacarlo adelante, porque si algo enseña la historia peruana es a sortear dificultades. El zorro y el león están en nosotros mismos.