Pedro Castillo no ha sido aun proclamado como ganador de las elecciones, pero es probable que, según los conteos de la Onpe, su victoria se oficialice en los próximos días. Cinco años después de la elección de Pedro Pablo Kuczynski, el gobierno de Castillo empezaría en otras condiciones y dentro de nuevas correlaciones de fuerzas. Castillo no es Kuczynski y esa diferencia no se explica por sus orígenes ni por sus trayectorias individuales. Eso es evidente. Castillo no es Kuczynski porque, en principio, su gobierno no tendrá que resistir una supermayoría opositora en el Congreso. A diferencia de Kuczynski, además, Castillo cuenta con bases movilizadas y apoyo popular. Castillo no es Kuczynski porque política y socialmente juega otro partido desde el minuto cero.
Si bien se conformará una mayoría parlamentaria de derecha compuesta por Fuerza Popular, Renovación Popular, Avanza País y quienes decidan sumarse desde otras bancadas, no le será tan sencillo mandonear al Ejecutivo como en el último quinquenio. No porque Pedro Castillo haya demostrado grandes dotes de liderazgo ni porque sea un político habilidoso (como tampoco lo fue Kuczynski). Pero Castillo sí está en capacidad de apelar a otras narrativas para mantener cierto balance de poderes. Por un lado, encarna una agenda de cambio y de reparaciones históricas alineada perfectamente a las demandas sociales de diferentes colectividades. Por otro lado, un sector importante de su electorado se autoidentifica con él: “es como yo”. A diferencia de Kuczynski, Castillo no llega a Palacio de Gobierno como una figura política raleada, su presidencia cuenta con un poderoso contenido simbólico y representativo.
Así las cosas, es necesario exigir a los parlamentarios responsabilidad y prudencia dentro de los marcos constitucionales. La oposición en el congreso no puede caer en las jugarretas y componendas de los últimos años. Tampoco en la beligerancia, el conflicto por el conflicto, el ataque sin fundamento. Desestabilizar sin más al nuevo presidente, forzando las instituciones y agravando la crisis política, es riesgoso para la gobernabilidad y la estabilidad democrática. El respaldo electoral hacia Pedro Castillo en la mayoría de regiones, particularmente en el sur andino, ha sido contundente. Buscar poner en jaque al gobierno solo por tener los votos congresales necesarios puede generar un rechazo social inmenso en sectores previamente movilizados y profundamente identificados con el nuevo presidente.
Salvaguardar la democracia los próximos cinco años se constituye como una tarea colectiva. Para empezar, los líderes políticos deberían llamar a la calma y desactivar las opiniones de sectores radicales que promueven activamente la intervención de las Fuerzas Armadas con el objetivo de revertir la voluntad popular. Los medios de comunicación masivos tendrán que moderar su prepotencia y sus abiertos intereses corporativos para informar con mayor apego a la imparcialidad y veracidad. La ciudadanía no podrá dejar de fiscalizar a las autoridades desde las calles y por medio de las protestas.
El Bicentenario se plantea como un verdadero punto de inflexión. Con responsabilidad y compromiso democrático, es necesario darle viabilidad a un gobierno que debe atender dos de las crisis más profundas de los últimos doscientos años, la sanitaria y la económica. Agudizar una tercera crisis, la política, con el peligro de originar espirales de violencia, sería un despropósito injustificable para nuestra precaria república. Se deberá hilar fino a todo nivel. La política no son escenarios en blanco y negro, no es una partida de buenos contra malos. La fragmentación social no tiene que replicarse en las instituciones políticas. Algunos congresistas de oposición han declarado la necesidad de encontrar puntos de encuentro, de generar diálogos. De eso se trata. Debemos aprender a respetar los resultados en democracia, por más contrarios que sean a nuestras preferencias. En definitiva, Castillo no es Kuczynski: no tiene por qué repetirse la historia reciente si se propone remar concertadamente hacia un mismo horizonte.