Hace semanas venimos discutiendo qué se debe hacer para enfrentar la crisis alimentaria actual, pero a la vez se aborda poco sobre las características que esta crisis alimentaria tiene. Se dice que es grave y se discute mucho sobre su origen externo (los problemas en el comercio internacional, el clima, la guerra en Ucrania, el alza de los precios de los combustibles, etc.) y sobre las razones que harán que se mantenga vigente (la falta de fertilizantes, el alza del tipo de cambio, la dependencia de maíz amarillo y trigo, etc.). Es una crisis sin duda causada y sostenida por la confluencia de muchos factores, la mayor parte de ellos externos, pero también porque muchos de ellos se agravan por la coyuntura interna.
Es una crisis alimentaria severa, sin duda, pero no es una crisis alimentaria con falta de alimentos. Es una crisis alimentaria marcada por restricciones de las familias a alimentos suficientes, en cantidad y calidad, por la alta inflación alimentaria y por el mayor costo de combustibles y energía que eleva los costos de transporte y afecta negativamente los presupuestos de los consumidores.
De acuerdo con la encuesta del IEP de junio pasado, 4 de cada 10 hogares peruanos se ha quedado sin alimentos en los últimos tres meses por falta de dinero o recursos. En el caso del estrato D y E, esta situación ha sido reportada por 6 de cada 10 hogares.[1]
El problema es de capacidad adquisitiva. Como bien ha reportado el Instituto Peruano de Economía los salarios reales han perdido 18% de poder adquisitivo respecto a la situación prepandemia.[2] Los niveles de ingresos de las familias se mantienen similares -o menores- a los registrados en el 2019, pero los alimentos, la energía y el transporte (rubros principales en el consumo de las familias de menores recursos) han subido de precio sustantivamente. En los últimos 12 meses, los alimentos han subido en 14.18%, transporte en 13.29% y la energía, agua y alojamiento en 11.19%. Ganamos igual y todo cuesta más. Si antes no alcanzaba ahora menos.[3]
Entonces, la crisis alimentaria de hoy es una crisis de presupuestos familiares y, por ende, se debe enfrentar incrementando los ingresos de las familias (idealmente con más y mejor empleo, y con empleos mejor remunerados) y/o facilitando el acceso de quienes lo necesitan a recursos para alimentarse -transferencias monetarias, donaciones de alimentos, etc.-
El incremento de la pobreza en el año 2020 y su modesta reducción en 2021 tiene que ver con la magnitud de esta crisis, pero no es la explicación central. En 2012 cuando el nivel de pobreza era muy similar al registrado en 2022 -algo más de 25%-, el 17% respondió que en su hogar se habían quedado sin alimentos alguna vez en los últimos tres meses por falta de dinero o recursos (se hizo la misma pregunta que mencionamos líneas arriba en una encuesta del Barómetro de las Américas), muy por debajo del 44% registrado en junio del 2022.[4] Era otro momento, con tendencias hacia la reducción de pobreza (ahora estamos esperando que no suba en el escenario optimista), con expansión y creación de programas sociales para los segmentos vulnerables, con crecimiento económico (decreciente pero sostenido) y con baja inflación.
Finalmente, agregar que esta crisis tiene un sesgo de género. En América Latina y el Caribe, de acuerdo con la información de Naciones Unidas (SOFI 2022), la proporción de mujeres con inseguridad alimentaria moderada o grave es mayor a los hombres, y la brecha de género ha aumentado en años recientes.[5] En el Perú, el 43% de las mujeres encuestadas señalaron que ellas o alguien en sus hogares se había quedado sin comer todo un día, o solo comió una comida al día en los últimos tres meses, frente a 32% de los hombres, sea porque fueron más las mujeres que se quedaron sin comer o porque tienen más conciencia de que alguien en su hogar se quedó sin comer.[6]
La actual crisis alimentaria terminará cuando los precios de los alimentos se estabilicen, y eso depende de factores externos -los mercados internacionales, del precio de los combustibles, del clima en distintas partes del mundo, de la guerra en Ucrania- y de factores internos -la producción de alimentos doméstica, los sistemas de comercialización, el precio del dólar- y/o cuando se incrementen los ingresos reales de las familias, lo que depende sobre todo del crecimiento económico, la generación de empleo, la productividad, el dinamismo de la inversión y la efectividad de los programas sociales.
Como es poco esperable que todo esto suceda en el corto plazo, esta crisis alimentaria se quedará por un buen tiempo con nosotros, no será pasajera. Urge por ello plantear soluciones ante la emergencia, urgentes, pero acompañadas de soluciones de más mediano plazo, pues sus efectos negativos no terminarán cuando acabe la peor parte de esta crisis de alimentos.
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[1] https://iep.org.pe/noticias/iep-informe-de-opinion-junio-2022/
[2] Estimado que compara la capacidad adquisitiva de los ingresos laborales en Lima entre el segundo trimestre del 2022 con el trimestre nov-dic (2019)-ene 2020. La caída estimada de capacidad adquisitiva para el quintil inferior de trabajadores en Lima podría superar el 25%.
[3] https://m.inei.gob.pe/media/MenuRecursivo/boletines/07-informe-tecnico-variacion-de-precios-jun-2022.pdf
[4] https://iep.org.pe/noticias/iep-informe-de-opinion-junio-2022/
[5] SOFI (2022) https://www.fao.org/3/cc0640es/cc0640es.pdf
[6] https://iep.org.pe/noticias/iep-informe-de-opinion-junio-2022/