Fecha de entrevista: 16 de agosto de 2021
Alexander Huerta-Mercado es doctor en antropología por la New York University, y se desempeña como docente principal del Departamento de Ciencias Sociales en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Sus principales temas de investigación son la cultura popular, masculinidades, el simbolismo y el humor. Su último libro, El chongo peruano, publicado en 2019, explora la comedia peruana desde sus personajes más populares y su creatividad como respuesta a contextos sociales adversos.
Dentro del contexto pandémico y de elecciones presidenciales y congresales, ¿por qué somos más proclives a la desinformación o al consumo de fake news? ¿Los medios tradicionales han perdido legitimidad ante Internet?
Primero que nada, estamos en tiempos de incertidumbre, y por lo tanto buscamos certezas, explicaciones o ideas que nos permitan sentir que recuperamos el control de lo que sucede. Por otro lado, estamos en una situación ante la cual la circulación de información se ha disparado exponencialmente. Es decir, ya no es la prensa escrita o las revistas, sino Internet, que tiene la característica fundamental de recoger muchos puntos de vista. Me parece que las fake news se reproducen en la medida que dan certezas, confirman lo que un grupo siente o piensa o generan una tranquilidad por encontrar explicaciones rápidas. Al mismo tiempo que Internet es democrático, el solo hecho de que la palabra sea publicada y circulada le da una legitimidad rápida, por lo que esa democracia se vuelve desordenada.
En el marco de esta desinformación, siempre encontramos dos bandos autopercibidos como uno equivocado y otro acertado. Por lo general, ambos pueden llegar a ser igual de irracionales y violentos al momento de defender quién tiene o no la razón. ¿Cómo analizas este proceso de otredad que se genera a partir de la información obtenida por distintas fuentes en Internet?
Más bien me asombra cómo Internet nos ha devuelto a una plantilla de A o B. De tener la razón o no, o de estar conmigo o estar en contra. Yo lo veo como que el lenguaje ciberespacial ha sido concebido desde una cultura de opuestos no complementarios. Se opina, se devuelve, se opina, se devuelve. Y ha generado una ventana al mundo donde el orgullo y el miedo al rechazo se exacerban. Entonces, se escucha o lee para contestar, no para entender o comprender. Otro aspecto que me llama la atención es esta capacidad de fisión-fusión, es decir, el miedo a quedarse fuera de “lo políticamente correcto” o de “la superioridad moral”. Esto hace que se generen grupos de opinión rápidamente hacia un lado, y se ataque al que está cuestionando o es cuestionado por “lo correcto”, lo que genera una masa de linchamiento demasiado rápido y generalmente demasiado agresiva.
¿Qué tan ligadas están estas posturas a supuestos culturales y sociales ya generados en la realidad no virtual? ¿Cuál crees que es el límite o las diferencias entre la “vida” virtual y no virtual?
Básicamente, Internet no era un espacio, sino simplemente un conjunto de computadoras interconectadas; pero como estas computadoras intercambiaban textos, pues se han vuelto arenas de disputa de símbolos. Eso se llama “cultura”, los intercambios simbólicos; entonces me parece que se ha generado una sociedad con su propia lógica en el ciberespacio. La característica que llama más la atención es la posibilidad del anonimato y de una vida paralela, aparte de la ilusión de tener más poder, más influencia e incluso más amigos, como pareciera producirse en redes sociales como Facebook.
Me parece que Internet apunta a uno de los consumos más fuertes de la modernidad, que es el consumo de la ilusión. El mundo parece más al alcance, más sincronizado, y sobre todo lo hace sentirse a uno más poderoso, aceptado o querido a causa de los likes.
Dentro de todo este contexto, ¿qué rol crees que han tenido los memes o el humor? ¿Sirve el humor como una forma de refugio o más de desfogue?
Sirve para las dos cosas, pero hay un elemento importante aquí. El humor se produce a partir de las contradicciones que generan sorpresa. O sea, yo mentalmente predigo que si alguien está cruzando una acera, pues seguirá cruzándola, pero si se cae, mi tensión inconsciente se relaja y produce la reacción respiratoria llamada risa. Si te das cuenta, el humor resulta de la ironía, la sorpresa y la contradicción. El meme opera por lo mismo, es decir, la contradicción o ironía entre texto e imagen, la repetición, que de por sí es sorpresiva, o el absurdo. Sin embargo, el meme es un producto que solo opera en los grupos en los que circula, se replantea y se celebra; no es para todos. Es para los hinchas de un equipo, es para los que conocen de política local, los que entienden de cultura pop determinada. Forman grupos de burlones. Es una forma de transmitir emociones que de manera seria serían censurados. En una sociedad encerrada y agresiva, es un elemento poco menos que perfecto.
¿En qué casos crees que el humor puede ser igual de irracional y violento en un contexto pandémico o de elecciones presidenciales?
Freud sostenía que el humor era una forma de liberar contenidos reprimidos. En estos contextos hemos liberado nuestros miedos en los memes del covid, pero en las elecciones hemos liberado nuestras furias. Keiko Fujimori fue acusada de todo, pero lo que llamó la atención es que su apariencia física era un punto de burla, y llamaba la atención cómo en relación con ella no operaba lo “políticamente correcto”, ni una defensa contra la burla hacia una mujer. Por otro lado, me parece que el fujimorismo fue demasiado agresivo y menos humoroso, lo que le valió ser percibido como una suerte de orden dictatorial.
En Perú, desde el patio escolar con los matones de turno, el anfiteatro de los cómicos de la calle con la burla a su audiencia y el gusto por los apodos, podemos deducir que, como dijo Pablo Macera, hemos hecho de la broma una forma de rebeldía. Mi impresión es que como el Estado tiene el monopolio de la violencia, y tenemos mucha violencia contenida en una ciudad tan cosmopolita como racista y prejuiciosa, el chongo es una forma de liberación. A veces, pareciera que no hay mucha diferencia entre una agresividad verbal y un chiste ofensivo en el caso de Lima.
Teniendo en cuenta nuestra cultura popular urbana actual, ¿crees que el peruano urbano opta más por las fake news para reforzar posturas o por el humor para burlarse de estas?
En realidad, uno no opta por fake news, sino que las consume, se adapta y crea narrativas en torno a ellas. La ironía es propiedad de quienes desconfían, no les conviene o se dan cuenta que las noticias son falsas.
Yo creo que ya vivimos en piloto automático. A una pandemia que nos ha arrasado, que ha tirado nuestra economía por los suelos, que se ha llevado a gente querida, que ha demostrado que vivíamos en una falsa bonanza, se suma una polarización política que demostró lo peor de nosotros en cuanto a racismo, sexismo y prejuicios —ojo que de los dos bandos—, y el darnos cuenta de que el Perú de Internet se divide en superiores morales y los otros que son prejuiciosamente vistos como brutos.
Tengo la impresión de que estamos en un estado de aceptación del absurdo en que vivimos: todo presidente va a la cárcel, todo héroe político o policial termina siendo villano, todo Congreso o padre de la patria termina siendo jefe malvado, todo consumo termina siendo informal. Me parece que estamos en una situación en donde ya hemos aprendido a burlarnos de nosotros mismos. Imagino que es una forma también de rebelarnos a siglos en que se nos impuso un canon colonial europeo de éxito, belleza y decencia que nunca ha coincidido con nuestro ser social, y hemos respondido ironizando con nosotros mismos.