El verdadero desastre es histórico y estructural, y, por supuesto, es político.
“El problema global es que no se respeta la dinámica de los procesos naturales que forman nuestro paisaje […] que se repiten muchos siglos, miles de años”.
Michal Rajchl, geólogo[1]
Una mirada errada
Los fenómenos naturales no son desastres ni son imprevisibles. Voy a tomar las palabras de Juan Torres, especialista en desiertos y profesor de la Unalm, quien señalaba hace poco en una entrevista que Yaku no es un “ciclón maligno”, y que el Fenómeno de El Niño (FEN) no es “Niño mortal” ni las lluvias son “catastróficas”, sino que se trata de fenómenos climáticos que se han presentado siempre con distintas magnitudes. Estos afectan los territorios de manera diferenciada, lógicamente, lo cual no es lo mismo que decir que son “imprevisibles”. La pregunta entonces no es qué hacer ante el “desastre”, sino por qué año tras año el Estado peruano —y los sucesivos gobiernos que encarnan su conducción política— muestra la misma incapacidad e indolencia frente sus efectos en la población. Las lluvias en Piura, por ejemplo, como señala el mismo especialista, significan, también, la posibilidad de implementar temporales que aparecen en el desierto de Sechura; se repueblan naturalmente los zapotes y otras especies; se puede sembrar calabazas, brotan algodones de colores.[2] En suma, lo que Torres nos pide es pensar en la relación con el ecosistema, e insiste en la necesidad de cambiar el enfoque que se nos quiere vender sobre los “desastres ocasionados por los fenómenos naturales”.
¿Por qué no podemos aprovechar las lluvias en lugar de que generen inundaciones y todo colapse? ¿Por qué insistimos en poblar las quebradas cuando ya vivimos el FEN de 1983? ¿Por qué no respetamos los cauces de los ríos? Más simple: ¿por qué el Estado no toma decisiones basadas en evidencia que ya existe mientras, por ejemplo, las cuencas ciegas siguen sin tratarse desde hace décadas? Ese es el verdadero desastre, es histórico y estructural; y, por supuesto, es político.
Si tuviésemos un Estado que mirase al territorio en su conjunto –y no obra por obra–; si la corrupción no estuviese enquistada hasta el tuétano en todos los niveles de gobierno; pero, sobre todo, si ante la mirada del propio Estado y de las élites económicas todas las vidas valieran lo mismo, las lluvias y el FEN se vivirían de forma diferente. Lamentablemente, el escenario en el que nos encuentran los fenómenos climáticos es el más incierto: uno en el que no se prevé, en el que no hay infraestructura adecuada, en el que no hay articulación entre instancias de gobierno ni una adecuada coordinación con las organizaciones sociales; en consecuencia, tenemos “desastres”, y con ello más corrupción. Es un círculo vicioso. Lo más lamentable de todo es que afecta más a quienes menos tienen, y se reproducen así las desigualdades en nuestro país.
Una mirada del Estado desde las personas que habitan el bosque seco de Piura
Claudia tiene cuarenta años y dos hijas. Es mamá soltera. Vive en un anexo rural del Bajo Piura y ha padecido de manera trágica los efectos de El Niño Costero de 2017. Entonces lo perdió todo: la inversión en su pequeña chacra de apenas 0.20 ha —donde había sembrado su algodón—, sus pocos animales, parte de los muros de su vivienda de piso de tierra y algunos techos de caña. Ya vivió lo mismo de niña, en 1998, cuando uno de los Niños fuertes llegó a Piura, y tuvieron que acampar un mes en el local de la comunidad campesina de Catacaos con otras decenas de familias. Sin embargo, peor la pasaron en 2017, cuando el río se desbordó, inundó los caseríos y los hizo inhabitables por un largo tiempo. Tuvieron que salir y asentarse en el “descampado” por meses en condiciones tan duras que no puedo alcanzar a describir aquí.[3]
Esta vez, en 2023, nuevamente la lluvia llega, y en vez de ser fiesta —como alguna vez lo fue en el desierto piurano— se recibe con miedo por el posible desborde del río y el temor a perderlo todo de nuevo. Claudia invirtió todo lo que ganó durante meses en su pequeña bodega (unos 600 soles) en urea para sembrar su algodón y algunos pocos jornales. Si la campaña resulta, la ganancia será de unos 2000 soles, a lo que hay que descontarle lo invertido, el pago de la deuda por el alquiler de maquinaria y del transporte para sacar el algodón. Quedarán unos 1200 soles que habrá que estirar por meses. Quizás para muchos esto es muy poco, pero es con eso que completaría sus ingresos familiares durante buena parte del año. Si se desborda el río y la situación es similar a la de 2017, la cosecha se perderá. Posiblemente deba abandonar a sus animales y tenga que volver a salir del pueblo para ponerse a buen recaudo con sus hijas. Tendría que establecerse, nuevamente, por un tiempo en los asentamientos del kilómetro 980 de la antigua Panamericana; sentirá mucha incertidumbre acerca del futuro. El impacto que todo ello tendrá sobre sus ingresos del año, sobre la educación de sus hijos y sus proyectos personales es enorme. El sueño de mejorar su pequeña casa se truncará, quedarán más deudas, habrá menos dinero para la comida o para darse “el lujo” de pagar un plan de datos en un celular que comparten sus hijos para hacer los deberes escolares.
Por lo demás, Claudia no ha visto a ninguna entidad estatal llegar en años anteriores para “reconstruir” lo que dejó El Niño Costero de 2017. En Piura se avanzó poco o nada en la “reconstrucción con cambios”. Que miles de ciudadanas y ciudadanos deban atravesar por esto más de una vez en su vida es inaceptable.
Gobierno tras gobierno, el Estado indolente e incapaz
Para afrontar las lluvias en el caso del norte del país se requiere pensar en el conjunto del ecosistema y adoptar una mirada de largo plazo para reaprender a convivir con ellas. Este es un tema más largo y más complejo; pero como tema urgente, si bien no es suficiente, contar con infraestructura adecuada es indispensable.[4] Sin embargo, en Piura el reservorio de Poechos está colmatado (¡a 55% de su capacidad!),[5] los canales de riego no se han drenado y varios han colapsado; nótese además que las defensas ribereñas son más grandes en la ciudad, y se van a haciendo más pequeñas hacia las zonas periféricas, y luego en dirección a las rurales, hasta desaparecer hacia Cura Mori en el Bajo Piura, pues se han desgastado con los años y han perdido altura, a pesar de lo cual no han sido mantenidas. Se trata de una desigualdad en el acceso a la infraestructura que es parte del paisaje.
Para muestra un botón. Se sabe que entre 2017 y 2018 se destinaron 513 millones de soles a la remoción de tierras y limpieza de cauces del río Piura, y para finales del año 2022 se había avanzando casi nada. El río ha ido acumulando sedimentos a lo largo del tiempo por lo que ha perdido velocidad y pendiente, aumentando así el riesgo de desbordarse. Algunos especialistas han propuesto la construcción de un pólder que desvíe el excedente de las aguas a un reservorio temporal. Se habla también de un proyecto para facilitar la salida del río hacia el mar —como estaba contemplado desde la década de 1970, sin llegar a concretarse—.[6] Asimismo, urge implementar un sistema de alerta temprana que realmente funcione y llegue a la población rural; se requiere además de un sistema de descolmatación permanente del río, obras para el control de las cuencas ciegas, entre otras varias acciones. Y conste que lo anterior es solo pensando en la costa; otra historia es lo que se sufre en el corredor del Alto Piura, es decir, la sierra del departamento.
Hay mucho por hacer, cosas que eran para ayer, pero se ha avanzado demasiado poco, y en algunos casos nada. Hace unos días altas autoridades del gobierno central realizaron una visita a Piura, pero a pesar del pedido de los alcaldes no se reunieron con ellos ni se instaló una mesa de trabajo. Autoridades locales y organizaciones de la sociedad civil han convocado a un paro regional para exigirle al gobierno central una respuesta a la altura de la situación. Mientras tanto, al igual que Claudia, miles seguirán perdiendo sus pocos activos una y otra vez, y con ello también el vínculo con algo llamado Estado, que siempre ha sido lejano y aparece cada vez más no solo como inalcanzable, sino como una entidad que ejerce múltiples violencias sobre sus vidas.
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[1] Rajchl, M. (2023). Entrevista en Al Filo. Disponible en: <https://www.youtube.com/watch?v=4edLY37F0eE&feature=youtu.be> (última consulta: 09/04/23).
[2] Hasta aquí he resumido partes de la entrevista realizada por Javier Torres al biólogo y ecólogo Juan Torres en el programa Al Filo en marzo de 2023. Disponible en: <https://www.youtube.com/watch?v=UBZ6powE_NA> (última consulta: 09/04/23).
[3] Sobre este tema véase <https://revistas.urosario.edu.co/index.php/territorios/article/view/7736>.
[4] Cabe señalar, como señala Rajchl en la entrevista ya citada, que no solo debe “desviarse” o represarse las aguas; las inundaciones también significan la posibilidad de infiltración necesaria, pues alimentan los acuíferos subterráneos. Si no hay infiltración, tarde o temprano habrá déficit de aguas subterráneas.
[5] Véase <https://www.udep.edu.pe/hoy/2018/04/udep-elabora-una-propuesta-para-descolmatar-poechos/>.
[6] Véase <https://www.cutivalu.pe/la-salida-al-mar-del-rio-piura-sera-por-reventazon-porque-por-sechura-acabaria-con-la-maricultura/>.