El crecimiento económico de las últimas dos décadas constituye un proceso inédito en la historia del Perú. Es un crecimiento dirigido por políticas neoliberales que ha enraizado en los sectores populares, que goza de una relativa estabilidad y ha generado un imaginario hegemónico que conocemos como emprendedurismo.
Los anteriores ciclos de crecimiento económico como la era del guano (1850-1876), cuando se impuso el librecambismo, y el de la República Aristocrática (1895-1919), basado en la exportación de materias primas, tendieron a concentrar el ingreso en las élites y parcialmente en los sectores medios urbanos. Por su lado, la población indígena estaba enclaustrada en la sierra, carecía de la experiencia urbana y no tenía acceso masivo a la educación.
El ciclo de crecimiento de la posguerra (1947-1973), acontecido en el marco del auge de los estados de bienestar, coincidió con los procesos de migración del campo a la ciudad y la expansión de la educación entre los sectores populares y rurales, pero su impacto principal fue la aparición de un denominado “sector marginal de la economía”.
En contraste, lo particular del actual ciclo de crecimiento es que ocurre simultáneamente a la reducción de la pobreza, a la emergencia de las denominadas nuevas clases medias y a su enraizamiento popular. Es cierto que la expansión del empleo en el Perú tiene un carácter informal y en algunos casos ilícito, como el contrabando y la minería ilegal. Es cierta también la precariedad de las clases medias emergentes. Sin embargo, es innegable que este crecimiento se combina con la irrupción masiva de pequeños negocios que han cambiado el escenario económico y social peruano.
En esta ocasión, el crecimiento encuentra a los sectores populares afincados en las ciudades o con experiencia urbana, con formación educativa y profesional, así como con una trayectoria en el mundo del comercio y la pequeña empresa. Esto último ha significado la socialización en relación con el mercado, el mundo empresarial y el crédito, que ha permitido que los sectores populares aprovechen de diversas maneras las oportunidades para iniciar diversos tipos de negocios.
En el sector transporte, educación superior, comercio y servicios, los emprendedores han logrado capitalizar y conformar conglomerados empresariales. Hoy podemos hablar de una clase media chola (en la que debemos incluir a los sectores de profesionales) que viene cambiando el panorama social de varios distritos de la Lima tradicional, considerados como criollos. Los emprendedores constituyen un conjunto muy heterogéneo. No es lo mismo el dueño de universidades o de camiones de carga que la señora que expende cigarrillos en la puerta de las discotecas de barrio; para la mayoría de los emprendedores la principal ganancia es la creación de su propio empleo, no necesariamente el ascenso social o el éxito.
De otro lado, el emprendedurismo es también una ideología que sostiene que el problema de la pobreza se resuelve por la vía individual: el emprendimiento de un pequeño negocio puede conducir con disciplina y sacrificio al éxito empresarial, a la acumulación y al ascenso social. Esta idea tiene como referente a un nutrido caso de emprendedores exitosos, pero encubre que la mayoría de ellos apenas puede sobrevivir a costa de largas jornadas de trabajo, explotación de la parentela y contraviniendo los derechos laborales de los trabajadores.
El emprendedurismo, además, relativiza las desigualdades y la urdimbre de poder que organiza la sociedad. La expansión de esta ideología es correlativa a la desmovilización política. El emprendedor no concibe a la sociedad como un conjunto de sujetos con derechos, sino de individuos que compiten para abandonar la pobreza y hacerse de una posición económica. Al asumir que el individuo se forja a sí mismo, se desentiende de lo público. El Estado deviene entonces irrelevante o resulta un problema cuando se trata de obtener licencias y autorizaciones. En ese sentido, el emprendedurismo niega lo institucional. Cuenca, Reátegui y Rentería señalan que el emprendedurismo tiene un “impacto negativo en el desarrollo de ciudadanía o fortalecimiento de instituciones” (p. 101).[1]
Más aún, para los emprendedores lo público debe subordinarse a lo privado. Por lo menos así lo entienden los representantes en el Congreso de los propietarios de las universidades-empresa o de la minería ilegal; unos debilitando la reforma universitaria y otros, la legislación sobre medio ambiente. En una escala menor, los propietarios de combis y buses se oponen al ordenamiento del transporte, y los vendedores ambulantes e informales, al ordenamiento del espacio público. Es decir, el emprendedurismo resuelve el problema del empleo de los sectores populares e inclusive permite el ascenso social, pero no construye institucionalidad, erosiona la cultura ciudadana y desfavorece la construcción de la nación.
De esta manera, el emprendedurismo, como acción concreta e ideología, expresa tanto una forma de existencia social como el imaginario que pretende consagrarlo. La vitalidad de las políticas económicas neoliberales, se debe en buena medida, a que en este ciclo de crecimiento los sectores populares han encontrado diversas maneras de sacar partido de la bonanza económica. Y a que la ideología del emprendedurismo ha penetrado en ellos.
________________________________________________________________________________________
[1] Cuenca, R. et ál. El sujeto emprendedor: imaginarios de éxito y representaciones sobre el trabajo. Lima: IEP, 2022, p. 101.