El pasado 20 de enero partió el antropólogo, lingüista y sacerdote jesuita Xavier Albó (1934-2023). Siendo español de nacimiento y boliviano de corazón, se dedicó durante décadas al estudio de los pueblos indígenas de los Andes, especialmente de los aimaras y quechuas de Bolivia. Desde muy joven, Xavier prosiguió la estirpe de aquellos estudiosos nacidos en otras latitudes que eligen afincarse en tierras andinas, aportando su conocimiento y compromiso en una medida insuficientemente agradecida y reconocida en nuestros países. Era un modelo de antropólogo total, pues su conocimiento de las sociedades indígenas no solo incluía una compenetración profunda, basada en una prolongada experiencia de vida entre los pueblos y comunidades, junto al manejo experto de sus idiomas, sino también un auténtico compromiso vital con el destino de sus poblaciones.
De allí que a inicios de la década de 1970 fundara el Cipca, un centro dirigido a la investigación y promoción no solo del llamado “desarrollo”, sino más bien de la capacidad de los pueblos para ser actores de su propio progreso y de su propia historia. Dicho compromiso estaba acompañado, además, por una curiosidad sin límites y una gran generosidad. Lo primero alimentó su pasión por los viajes, relatados con la especial alegría socarrona que siempre lo acompañó, en su libro de memorias Un curioso incorregible.[1] Lo segundo es algo que siempre agradeceremos y recordaremos quienes hemos estudiado temas como el de los movimientos indígenas, habiendo tenido que realizar investigaciones de campo en Bolivia o escribir trabajos que se beneficiaron de sus ideas y orientaciones generosas.
El surgimiento de movimientos indígenas influyentes en países como Ecuador y Bolivia condujo a Xavier a efectuar un seguimiento permanente de ese fenómeno, que se reflejó en diversos artículos y libros al respecto.[2] En ese marco, consideró que el Perú era un auténtico enigma por resolver, pues no mostraba la formación de movimientos indígenas similares a los de sus países vecinos. Dos de sus ideas siempre me han parecido especialmente estimulantes. La primera es que el contexto peruano resultaba particular, pues no había sido escenario de una revolución como la boliviana de 1952 o la mexicana de 1910. Efectivamente, es interesante pensar que gran parte de las posibilidades y condiciones que en las décadas pasadas impulsaron el surgimiento de movimientos indígenas se vinculan a trayectorias nacionales en las cuales las revoluciones previas parecen haber abierto compuertas que las movilizaciones indígenas se propusieron traspasar y profundizar.
En Bolivia, la revolución del 52 transformó radicalmente la estructura nacional del poder, posibilitando el ascenso protagónico de los obreros y campesinos sindicalizados. Posteriormente, en relación con las duras luchas por la recuperación democrática, terminó de cuajar una respuesta de afirmación étnica frente a la discriminación y exclusión imperantes, que incluyó la paulatina indianización de las propias organizaciones sindicales. También en Ecuador, en cierta medida, es posible rastrear la profunda huella que dejó una revolución: en este caso la revolución liberal de fines del siglo XIX, que trazó un lento desmoronamiento de la estructura hacendaria terrateniente, ocurrido a lo largo del siglo XX. Las reformas agrarias implementadas en las décadas de 1960 y 1970 se propusieron modernizar el orden hacendario e instalar un nuevo panorama de conflicto que desembocó en el histórico levantamiento indígena de 1990. A partir de allí el movimiento indígena, al igual que en Bolivia, ha pasado a ser un actor central del escenario político y social nacional, convirtiéndose en varios momentos en un factor determinante de diversas situaciones de crisis y enfrentamientos sociopolíticos.
El Perú no tuvo una revolución popular campesina como la de Bolivia ni una revolución liberal como la de Ecuador, pero sí fue escenario de una reforma agraria que, si bien liquidó a la clase terrateniente, dejó muchos problemas irresueltos que acabaron alimentando conflictos posteriores (como lo comprobamos trágicamente durante las dos décadas del conflicto armado interno de fines del siglo XX). Lo que se puede colegir, entonces, es la idea de que algunos procesos históricos estructurales ocurridos en los países han limitado o más bien propiciado la movilización reciente de sus poblaciones indígenas. En los Andes, las revoluciones democratizadoras parecen haber facilitado un resurgimiento étnico que cambió para siempre la historia de países como Ecuador y Bolivia; esto en un escenario más amplio de transformaciones relacionadas a la globalización que, sin lugar a dudas, han terminado alentando un amplio despertar étnico a escala mundial en las décadas pasadas.
La segunda idea de Xavier era que la ausencia de movimientos indígenas mostraba una situación de retraso histórico del Perú respecto a sus vecinos. Si bien esto resulta discutible, y de hecho fue objeto de un debate inconcluso entre diversos investigadores, su argumento no lindaba con ningún historicismo vacuo. Lo que planteaba era que las condiciones prevalecientes en el Perú limitaban las posibilidades de emergencia de una movilización política indígena. Fenómenos como las masivas migraciones rural/urbanas, el centralismo limeño, el duro impacto de la violencia política, el racismo de las élites y el autoritarismo de regímenes como el de Alberto Fujimori habían resultado tremendamente destructores y corrosivos. De esa manera, terminaron bloqueando el despertar o retorno de lo étnico, ocurrido a través de la irrupción de movimientos indígenas.
Una línea de explicación que no exploró suficientemente no tiene tanto que ver con el contexto del resurgimiento indígena, sino más bien con los rasgos de la discriminación y dominación étnica cotidianas que, en un país como el Perú, sustentan relaciones de poder tremendamente violentas, racializadas y antiindígenas. Como se mantienen en gran medida soterradas o negadas en cuanto tales, actúan eficazmente para, simultáneamente, reproducir la discriminación y ocultar su funcionamiento. Sin embargo, en la vida diaria continúan asignando categorizaciones, roles y posiciones de estatus o poder que, entre quienes resultan discriminados, conducen a poner en primer plano el deseo de ascenso social. La profunda laceración que ocasiona la discriminación ha sido respondida siempre con un anhelo de igualdad que incluye también expectativas de progreso, superación y demandas de reconocimiento como peruanos iguales al resto.
Entre las vías para ello, sigue siendo tremendamente importante la educación, considerada como el principal recurso para saltar por encima de la discriminación, que asegure al mismo tiempo estatus —dejar atrás la condición de ignorancia— y movilidad social. Asimismo, en las últimas décadas, la expansión del mercado y el dinamismo asociado al crecimiento neoliberal han abierto otras vías de ascenso social insuficientemente conocidas o estudiadas: nuevos negocios, así como actividades productivas y mercantiles, hacen parte de una nueva dinamización rural en la cual las comunidades han pasado a jugar un rol importante. Una amplia población indígena urbana ha redefinido el vínculo con sus lugares de origen, estableciendo redes permanentes familiares y de paisanaje, con residencia multisituada estrechamente vinculada a dichas actividades. En muchas comunidades rurales, además, la expectativa de progreso ha empujado la revaloración y defensa de los recursos colectivos (tierras agrícolas, tierras de pastoreo, bosques, páramos, aguas, entre otros), los cuales han pasado a ser fuente de un renovado protagonismo comunal, estrechamente relacionado a sentimientos de orgullo y pertenencia que han incluido explícitamente una reafirmación pública de la identidad colectiva indígena.
En el Perú, la discriminación étnica, justamente, tiene uno de sus ámbitos principales en el espacio de lo público cotidiano, donde normalmente lo étnico indígena resulta reprimido por prejuicios racistas de supuesta inferioridad. Durante el actual ciclo histórico neoliberal, solo se ha promovido lo indígena como un souvenir que muestra una diversidad cultural eficaz para el turismo. A pesar de algunos avances normativos e institucionales, el Estado y el poder en su conjunto siguen funcionando mediante los engranajes discriminatorios y excluyentes acostumbrados. Sin embargo, esta reproducción de la dominación étnica, cuyo contenido discriminatorio sigue siendo descarnado pero, al mismo tiempo, eficazmente oculto tras el velo característico del racismo de origen colonial, choca cada vez más con una reafirmación novedosa del origen y la identidad étnico-cultural.
No es raro que una aguda crisis política incluya también nuevas condiciones y posibilidades de expresiones identitarias. El estallido social ocurrido en el Perú desde diciembre de 2022 justamente ha venido aparejado con una inédita demanda pública de respeto y reconocimiento de la identidad étnica de las poblaciones quechuas y aimaras movilizadas. En el contexto de un delicado escenario de conflictividad sin precedentes, ha quedado atrás la ausencia de movimientos indígenas que, supuestamente, mostrarían un cierto retraso histórico peruano. De pronto, no apreciamos uno sino, más bien, varios movimientos campesino-indígenas que están haciendo sentir sus voces y pisadas en calles y plazas de regiones como Puno, Cuzco y Apurímac, e incluso en la distante Lima. No es posible vaticinar lo que pueda ocurrir después, pero es evidente que el desenlace de la crisis política dejará nuevas condiciones para la expresión de un fenómeno que parece encaminarse a erosionar las condiciones de la dominación étnica que hasta el momento hicieron del Perú una excepción por explicar. Tal vez Xavier Albó podría decir, muy a su manera, socarronamente, que ahora el Perú se sitúa adelante, frente a un estallido históricamente inédito de movilización indígena que plantea una inaplazable transformación democrática aún pendiente en el país.
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[1] Xavier Albó y Carmen Beatriz Ruiz, Un curioso incorregible. La Paz: Fundación Xavier Albó, 2017.
[2] Véase especialmente Xavier Albó, Movimientos y poder indígena en Bolivia, Ecuador y Perú. La Paz: Cipca, 2009. También “El retorno del indio”, en Revista Andina, n.° 18: 299-366. Cuzco: Centro Bartolomé de Las Casas, 1991.