Entrevista A Omar Coronel , realizada el 20 de mayo, por Diego Sánchez, asistente de investigación del IEP, acerca del movimiento conservador en la región.
Omar Coronel es sociólogo por la PUCP, y se encuentra culminando su doctorado en ciencia política en la Universidad de Notre Dame (Indiana). Ha trabajado sobre conflictos y movimientos sociales, y actualmente realiza una investigación acerca del uso de la violencia en las protestas a escala regional. En los últimos años, también se ha interesado en estudiar las dinámicas que rodean al surgimiento del movimiento conservador en la región. Es por esa razón que lo buscamos, y, felizmente, logramos robarle unos minutos mientras escribe su tesis para hacerle unas preguntas sobre el tema. Todo ello dentro el contexto electoral actual y la mesa “El arraigo social del conservadurismo”, que presentará junto con Carolina Ortiz y nuestro investigador Rodrigo Gil el día 25 de junio a las 11:00 a. m.
¿A qué factores podemos atribuir la expansión de las iglesias evangélicas en las últimas décadas? ¿Cómo ha cambiado la sociedad civil peruana frente a la llegada de estos actores?
El fenómeno del crecimiento de las iglesias evangélicas es regional, y tiene que ver tanto con la menor producción de sacerdotes en el mundo católico como con la mayor oferta, demanda y diversidad de opciones evangélicas. Ellas ofrecen, además, una experiencia espiritual más intensa y, al mismo tiempo, una experiencia comunitaria más fuerte […], que tiene que ver con una mayor frecuencia en la asistencia a estas comunidades; unas comunidades mucho más densas, mucho más solidarias, también más pequeñas. Son comunidades donde los actores sienten que su participación y esfuerzo son compensados por bienes colectivos. Eso en el mundo católico está menos presente porque son comunidades mucho más difusas, más dispersas, con reglas menos claras.
Sobre la sociedad civil, esta se ha venido haciendo más plural en estos últimos veinte años. En parte, esto se debe a que las organizaciones vinculadas a las iglesias evangélicas —que son universidades, ONG, grupos de abogados y colectivos conservadores— han hecho que aparezcan sectores académicos, grupos de interés y movimientos sociales que, al mismo tiempo, representan e intentan ampliar el sector conservador de la sociedad peruana. Esto es perfectamente normal en una democracia; el problema es cuando hay intolerancia y cuando se intenta hegemonizar. […] Estas lecturas más fundamentalistas del movimiento me parece que aún son minoritarias, pero igual es importante tenerlas presentes.
Precisamente por lo que te mencionaba, han logrado involucrar en los últimos años a sectores religiosos que antes eran mayormente apolíticos o ajenos al mundo de lo público. [Este es] el caso de los evangélicos, en particular los pentecostales y neopentecostales, que antes eran muy ajenos, y ahora están muy involucrados [políticamente]. [Otra] novedad es que ya no solo se mueven en espacios académicos o en grupos de interés donde se venían desempeñando en la sociedad civil desde hace décadas. La novedad es que se han concentrado en consolidar un movimiento social, o un contramovimiento si se prefiere, que busca disputar las calles, los sectores populares, ser masivos. Esto también es algo bastante nuevo, no solo en América Latina, sino también en el Perú desde los sectores de la derecha.
Llama la atención lo que has mencionado acerca de la nueva sensibilidad y experiencia comunitaria que ofrecen las iglesias evangélicas. En medio de la precariedad generalizada de los servicios estatales, definitivamente ellas ofrecen un soporte material muy importante, ¿no?
Yo creo que tiene que ver con eso, pero esto no se trata solamente de una ausencia o precariedad del Estado, sino también de la ausencia de oferta de otros espacios organizativos dentro de la sociedad civil. […] Las iglesias pentecostales o neopentecostales son comunidades un poco más cerradas que invitan justamente a aislarse de otros grupos y tratar de hacer una vida muy plena dentro de esa comunidad. Se fomenta el matrimonio de miembros de la misma comunidad, se apoya económicamente para estos ritos, se apoya cuando alguien cae en algún tipo de enfermedad, la comunidad es la que te celebra cuando cumples años o te gradúas de la universidad o en los momentos más importantes de tu vida. Entonces yo creo que sí, ahí donde el Estado no ofrece seguridades materiales ni bienes ni servicios, ahí donde retroceden los sindicatos y partidos, pero también otros espacios organizacionales que solían ser importantes para la vida cotidiana, la religión y las iglesias terminan dando mucho de esto; además, con un componente emotivo que siempre es una forma de conectarse mucho más fuerte. El sentimiento de comunidad que te ofrece una comunidad religiosa es mucho más intenso, y, para muchos sectores, eso es no solamente un bálsamo económico y comunitario, sino también espiritual.
De un lado, se habla del avance del movimiento conservador en la región, y, de otro lado, se menciona que su visibilidad responde a una lógica reactiva frente a sociedades en la que este tipo de discursos están perdiendo cabida. ¿Frente a qué situación nos encontramos en el Perú?
Hay un contexto global interesante donde los movimientos LGTBIQ y el movimiento feminista […] han empujado cambios en varios países. Por ejemplo, con el tema del matrimonio de las personas del mismo sexo se avanzó primero en Argentina y luego en Brasil; [más tarde] en Uruguay, y, en 2015, se hizo una ley federal en EE. UU., mientras que en Colombia esto ocurrió en 2016. Entonces yo creo que, en estos países, sí hay una reacción a movimientos que se van haciendo más fuertes, y los contramovimientos religiosos comienzan a reaccionar ante esto.
En otros países como México, Bolivia, Perú y Ecuador, siento que esto ha funcionado más como un “ataque preventivo”. En estos países, los movimientos [feministas o LGTBIQ] no eran ni fuertes ni musculosos, ni había un debate muy importante en el Congreso, ni el Poder Judicial [iba] a pronunciarse de manera esperanzadora [sobre estos temas]. Entonces hay un primer nivel de contexto global de cambios, y, efectivamente sí hay una reacción a los movimientos progresistas. Pero, en países como el Perú, se trata más bien de una especie de ataque preventivo para tratar de evitar que siquiera asomen estas ideas. Si bien algunas posiciones conservadoras como el rechazo a toda causal de aborto o al matrimonio de personas del mismo sexo se han ido reduciendo un poco en las últimas décadas, el Perú sigue siendo un caso donde predominan estos discursos [conservadores]; no necesariamente están perdiendo mucha cabida. Yo creo que esto tiene que ver no solo con el hecho de que somos súper conservadores, sino que estos movimientos […] están haciendo su chamba.
Existe entonces una multiplicidad de actores en la sociedad que incluyen líderes de opinión, medios de comunicación, think tanks, iglesias y políticos de diversos partidos que ahora apelan a discursos conservadores. ¿Qué tan variados son estos actores y qué capacidad de articulación han venido mostrando en los últimos años?
Para empezar, están los católicos y los evangélicos, que tienen a veces distintas prioridades. En el caso de los católicos, su agenda ha estado más enfocada en la lucha contra el aborto. La Marcha por la Vida desde 2003 es un tema organizado fundamentalmente por grupos católicos. En cambio, los evangélicos, sobre todo los pentecostales y neopentecostales —porque el mundo evangélico es muy diverso también— se han enfocado, sobre todo, en la lucha por la familia en contra de la “ideología de género”. Está esa diferencia, pero también las diferencias de clase. Hay sectores más populares vinculados a este discurso y sectores más de élite que tampoco tienen las mismas formas de participar políticamente ni la misma agenda necesariamente.
Pienso sí que las élites quieren juntar lo “provida” y lo “profamilia” con una orientación política muy particular. Me refiero específicamente a lo que se denomina el elemento neoliberal y, por ejemplo, la democracia corporativa o un grupo político particular; pero ya eso ha generado muchas resistencias porque hay mucha fragmentación. Una de las más interesantes fracturas que ocurrió fue cuando muchos activistas provida o profamilia rechazaron en redes la convocatoria de sectores católicos y conservadores que llamaron a la defensa del Congreso en contra de la iniciativa de Martín Vizcarra.
[Últimamente] los viene uniendo este rechazo a la “ideología de género”. Este es un enmarcado (framing) muy exitoso y muy útil porque termina no solamente encontrando una lucha contra los conceptos de género, sino que, en general, se vuelca contra toda forma de feminismo o tolerancia hacia la diversidad sexual, y además se estira a ser una lucha contra la izquierda. Eso, creo, es algo que termina uniendo [a estos grupos]. Además, se vincula a esta idea de rechazar que el Estado imponga determinadas políticas. Por último, está el tema de los objetivos; [ellos] tienen objetivos centrales de ser provida y profamilia, y eso ha quedado como un cemento identitario que junta gente muy diversa.
¿Qué tipo de vínculos existe entre el movimiento conservador en el ámbito internacional y las iglesias evangélicas en el país?
La teoría de movimientos sociales nos advierte que no podemos pensarlos solamente desde una perspectiva nacional. Generalmente, hay muchas redes internacionales. Así como ahora estamos estudiando el movimiento conservador, sus redes internacionales y su financiamiento, es exactamente lo que antes se hacía con el estudio del movimiento antiglobalización de izquierda, que también, sobre todo a inicios del siglo XXI, tenía sus redes, organización y financiamiento.
De afuera, yo creo que hay todo un apoyo o financiamiento para eventos, y en verdad ya existe toda una industria alrededor del contramovimiento conservador religioso. Hay congresos, eventos (que cobran súper caro, por cierto), editoriales que publican y venden muy bien estos libros, redes para viajar y estudiar en universidades extranjeras (universidades como la Liberty University en Virginia). Ahí también veo a algunos ideólogos, como, por ejemplo, desde Argentina, Agustín Laje y Nicolás Marquez, quienes han tenido mucha influencia y han preparado operadores, o han ayudado a operadores políticos y “empresarios movimientistas” en distintos países de la región. Christian Rosas y su padre son dos ejemplos emblemáticos en el caso peruano.
En las últimas tres elecciones, se registran diversos intentos de acercamiento entre partidos y diversos líderes religiosos o conservadores. ¿Cómo has visto la relación entre partidos y el movimiento conservador en estas elecciones?
Creo que Renovación Nacional […], al convocar a tantos actores vinculados al [movimiento] Con Mis Hijos No te Metas” […], sí ha tenido relativo éxito en posicionarse como el representante del movimiento. Sin embargo, hay otros candidatos evangélicos en otras listas, y cada vez más los partidos aspiran a jalar parte de los votos con algunos de estos candidatos. También tengo la impresión de que el voto duro del movimiento aún es minoritario. No todos los que se identifican como provida o profamilia han votado por Rafael López Aliaga. [Creo que en estas personas] pesan en sus decisiones otros factores. Por ejemplo, en el sur peruano, cuando yo hice trabajo de campo, mi base de datos sobre las movilizaciones, piquetes y plantones organizados por Con Mis Hijos No te Metas registraban un alto nivel de actividad. Sin embargo, en el sur peruano, Rafael López Aliaga prácticamente no existe electoralmente. Entonces esto me hace pensar en identidades transversales que evitan que un candidato en particular hegemonice completamente el voto conservador.
Para la segunda vuelta, Keiko Fujimori ha estado apelando al voto conservador. El fujimorismo tiene una larga vinculación con sectores evangélicos y conservadores, y con algunos pastores del Movimiento Misionero Mundial, una de las iglesias más fuertes en términos económicos y numéricos en el Perú. Con el apoyo orgánico de Rafael López Aliaga a Keiko Fujimori, Con Mis Hijos No te Metas está respaldando ahora a esta candidata. Hay incluso organizaciones del mundo evangélico como Unicep que también ya han declarado estar cerca del fujimorismo. Pero el tema es que el otro candidato, Pedro Castillo, también tiene un discurso que, inicialmente, despreciaba mucho la agenda de género, y ahora ya no la desprecia abiertamente, pero sí la pone en un segundo plano. El hecho de que Juntos por el Perú se haya aliado con él no creo que haya limitado esa lectura de su discurso. Eso puede hacer que en la mayoría de votantes conservadores empiecen a pesar otros factores. Que vean tanto a Keiko como a Castillo como candidatos que no van a luchar por implantar la “ideología de género”, y viendo que ambos no se diferencian en esto, pueden empezar a dar peso a factores como el manejo económico o de la salud, o el tema de la corrupción, que es muy valorado en el mundo evangélico, por ejemplo.