Se conoce, según las concepciones elitistas de la democracia, que quienes se encuentran en condiciones de formular una oferta electoral, o en distintas etapas de la vida política, asumen realistamente que la sociedad se encuentra distante de ellas y deben formular una oferta que concite adhesiones en términos de candidaturas personales, partidos, programas, plataformas, identidades simbólicas y recursos materiales. Aun cuando no se comparta todos los supuestos de este modo de entender el juego político, debe afrontarse, de todos modos, el problema de llegar a los ciudadanos transmitiendo ideas más o menos elaboradas. O bien se puede proponer algunos atajos que permitan identificarlos en sus lineamientos principales. Si se quiere otro razonamiento menos elaborado, se trata de definir una suerte de marca que los haga ser reconocidos.
En la situación política peruana, pero no únicamente en el país, estas señales se van perdiendo y, a veces, destacar la misma existencia de las élites políticas puede ser hasta una licencia del lenguaje. Como han señalado algunos comentaristas, en el periodo que estamos atravesando, poco podría hacerse en el Perú para restablecer vínculos duraderos en este escenario de desequilibrio de las instituciones y decisiones, entre interpretaciones políticas y jurídicas que no se encuentran y que combinan a la vez en las discusiones establecidas fechas límite o desenlaces diferidos.
Y, en lo que parecía ser sustancialmente el tema de adelanto de elecciones, los asuntos que tienen que ver con este problema se encuentran en ocasiones aludiendo a ese centro del problema y con deliberadas incongruencias se van bifurcando en recursos de ocasión, como la búsqueda de una acelerada decisión acerca de quiénes serán los futuros integrantes del Tribunal Constitucional o las dificultades para constituir la Junta Nacional de Justicia. Los criterios para definir sus integrantes no atinan a definir criterios precisos de decisión y parecen perderse en el laberinto que los propios autores de la iniciativa han construido.
No es conveniente en un análisis de coyuntura jugar a definir el conjunto de escenarios futuros, que es, en los hechos, una suerte de seguro artificioso para no equivocarse. Sin embargo, el tema de las élites nos sigue acosando. En el año 2020 o el 2021 (que es lo más probable), tendremos nuevo Presidente y nuevos congresistas ya que, como sabemos, los actuales no pueden ser reelectos. Y, mientras nos preocupamos por definir el corto plazo, poco puede decirse de lo que va a ocurrir en un futuro más que próximo. ¿Con quiénes nos vamos a encontrar, qué esperar de ellos?
Algunos irrumpen en la escena como candidatos relevantes que consiguieron inscribirse en este último periodo; nos encontramos con pocos indicios o hasta un radical desconocimiento de quiénes integran su personal político. Y lo que parece llevarse bien con tal estilo de construir organización, se expone una prédica que dispara en varias direcciones a la vez para al final situarse en una tierra de nadie o de todos. El fujimorismo necesita definir una nueva imagen, responsabilidad de su grupo de dirección conocido, si bien se le va poniendo en distintos episodios diferentes nombres. Fuera de este núcleo central no se advierten probabilidades de recambio alguno. Quizás tengan perspectivas de un relativo crecimiento que no resulta sencillo resolver. Les toca realizar varias tareas a la vez, difíciles de armonizar: afirmarse en un grupo conservador de la sociedad y, también, ampliar su capacidad de convocatoria, jugando, al mismo tiempo, con la defensa de la economía de mercado y con intervenciones populistas.
Las izquierdas están expuestas a una condición de aislamiento; en parte, por la estrategia de sus adversarios, otras veces consecuencia de sus errores. Más allá de su derrota en la batalla de las ideas a la que han sido expuestas en los últimos años-otra vez volvemos al tema de las élites-, no pueden articular entre ellas un discurso común y, en ocasiones, daría la impresión que, pese de insistir enfáticamente en las expresiones de su lucidez o coherencia, parecieran situarse con mayor comodidad solo en algunos enclaves territoriales y sociales.
Los candidatos más definidamente neoliberales han conseguido imponer sentidos comunes y una posición que se arrogan de supremacía intelectual. Sin embargo, van a afrontar un contexto económico que les va a ser desfavorable y se encontrarán exigidos de una apertura con algún nivel de mayor audacia hacia la sociedad que no se sabe van a estar en condiciones de resolver ya que muchos de ellos ni siquiera advierten la necesidad de dar esta vuelta de tuerca. Y, además, va emergiendo un sector de liberales preocupados por la autonomía política personal y la agenda de derechos que parecen tener todavía un espacio retaceado.
Alguna influencia podrán tener grupos de élites que invocan un discurso que aspira a ser moderado y sensato, a veces expresando estar concernidos, otros preocupados, muchos de ellos solemnes, cuya frecuente aparición en los medios no necesariamente es congruente con su capacidad de convocatoria ciudadana. En todo caso, cuesta llenar este álbum con nuevos cromos. Se sabe que la democracia debe aceptar la incertidumbre, ella tiene que ver con resultados que no pueden ser anticipados, pero desde alineamientos previsibles. Otro