[ENTREVISTA] Carnaval en Lima: cómo pasamos de una batalla de flores a los indeseados globazos en las calles

Rolando Rojas, investigador principal del IEP, fue entrevistado por el Diario El Comercio sobre la práctica de los carnavales en el Perú ► https://bit.ly/2RTCAOX

Foto: El Comercio

Atrás quedaron los tiempos de los globos, el baldazo, la pintura y el talco. La práctica del juego con agua de los carnavales en Lima prácticamente está desapareciendo, salvo en algún que otro barrio tradicional (si uno cruza por ciertas zonas del Rímac o el Callao comprobará que aún puede acabar empapado).

Eso sí, la festividad clásica del mes de febrero no ha terminado, solo se transforma. Una mutación que es característica de su propia historia. En un principio nació como un intento de las élites capitalinas de emular al Carnaval de Venecia, con sus máscaras y trajes, pero nunca llegó a concretarse en todo esa fastuosidad.

En otro momento incluso llegó a tener rango oficial. Ocurrió en 1922, cuando el presidente Augusto B. Leguía decide organizar el carnaval con presupuesto público, aunque con otro perfil: la fiesta incluía un corso, un concurso de belleza y hasta una batalla de flores, como una práctica más civilizada que la de ir arrojándose agua, según explica el historiador Rolando Rojas Rojas, autor del libro “Tiempos de carnaval: El ascenso de lo popular a la cultura nacional”.

Ese carnaval, para el que todas las municipalidades tenían una partida que les permitía celebrarlo, fue finalmente abolido en 1958 por el presidente Manuel Prado Ugarteche. Y es esa una primera señal de que comenzaría a declinar. La otra razón de su decadencia es que su práctica comenzó a ser paulatinamente remplazada por otras formas de entretenimiento: el fútbol, la televisión, y ya más adelante los videojuegos e Internet, entre otras costumbres.

“La práctica de mojar al otro siempre recibió críticas –explica Rojas–. Porque ha sido vista como antigua, bárbara, incivilizada”. Y ciertamente lo es. En los últimos años, cada vez son más los municipios que sancionan los juegos de carnavales por su violencia no consentida hacia los transeúntes. Por otra parte, hay una mayor conciencia ciudadana sobre el ahorro del agua, antes desperdiciada indiscriminadamente.

Y aunque es verdad que todavía puede generar una nostalgia de días felices y mojados, siempre es bienvenido un ejercicio de madurez para empezar a cambiar ciertos hábitos. Hoy surgen nuevas formas de celebrar el carnaval, solo hay que aprender adaptarse. Hay para todos los gustos.