Julio Cotler fue un intelectual ávido de conocimientos y con urgencia de transmitirlos. Entendía que esa misma tarea intelectual con frecuencia debía estar desbordando aquello a lo que creía haber llegado: lo que para él era condena y gratificación. También su pensamiento lo llevó alguna vez a la prisión y a el exilio. Las respuestas que buscaba podían abrirse, empujarlo, vaya a saberse hasta dónde. Quedaba al fin y, provisoriamente, la desazón y la gratuidad de marcar un límite, sabiendo que cualquier otro punto no contemplado lo asediaba. Se le daba por buscarlo, entre la desconfianza y la acuciosidad que tienen las personas de su extrema inteligencia y sensibilidad. Y junto a ello la bienvenida gratuidad de encontrar otras preguntas que no tenían afinidades con lo que en teoría le interesaba o le debía interesar. Las encontraba en la literatura o el cine, o en un ensayista extremadamente lúcido – en ocasiones poco conocido – que nunca pude saber cómo lo encontraba.
Este artículo no pretende orden ni concierto, eso es tarea de otros. A Cotler le atenaceaba la pregunta de los caminos que su generación vivió para encontrarse con la democracia. Y alejado del neopositivismo mal urdido – no de cualquier expresión de esta corriente – encontraba respuestas en Milosz, Koestler y Semprún, me parece menos en Orwel; y en un acercamiento entusiasta a Raymond Aron y un más que retaceado entusiasmo por Sartre, acaso menos por su aporte filosófico que por su cuestionamiento a lo que entendía sobre algunas irresponsables tomas de posición política. Y desde el primer día, porque las convicciones había que vivirlas, asumió un compromiso político en la lucha contra el fujimorismo que lo fortaleció y nos fortaleció a todos.
Julio Cotler era más liberal que republicano. Por allí nos separábamos un poco. Pero a veces es bueno encontrar confluencias inesperadas en aquello que nos parecía distanciar. Porque apreciaba de entre todos los liberales a Berlín, tanto por su pensamiento orientado a la garantía de derechos, como por la defensa de la discusión pluralista de ideas en la que no hay un punto de sutura. Todo se va construyendo. Estamos buscando un orden y ese orden deseado finalmente no llegará tal como queríamos. Quedaba para Cotler, más razón que consuelo, el empecinado ejercicio de la libertad en donde la sociedad y todos nosotros terminamos siendo un poco mejores.
Existe en Cotler preguntas persistentes que en ocasiones las presenta en términos parecidos, otras se transmutan y lo llevan a buscar nuevas fuentes y a modificar aquello que tomaba como punto de partida. Lo siguieron asediando las preguntas de las estructuras de dominación en el Perú e introdujo en el mismo tema recientes indagaciones. Tomaba en cuenta el aporte de una nueva generación de historiadores a los que apreciaba. Mostró una disposición abierta y generosa a recoger nuevas ideas, lo que no era habitual en lo que con frecuencia son mezquinos circuitos académicos. Le seguía preocupando ideas de integración y de afirmación de la democracia y los entendía como un bien menos elusivo que quien escribe estas líneas.
Como buscaba fundamento tras fundamento, en los últimos tres años se dedicó con particular empeño a recoger y ordenar todo lo que le saliera al paso sobre el razonamiento institucional desde la historia, la política, la sociología y la cultura; porque además de su insaciable curiosidad, rechazaba las murallas entre las ciencias sociales y tomaba con cierta dosis ironía las crecientes especializaciones.
Todo no puede cuadrar. Resultaba una tarea harto compleja ser asistente de Cotler. Porque en su aluvión de interrogantes, propias de su peculiar condición intelectual, cambiaba de línea a seguir o le llamaba la atención un tema en particular, a veces día a día. Pero por caminos no convencionales estaba abriendo perspectivas, enseñando que la curiosidad nos salvaba de quedarnos en la superficie de las cosas; así lo entendieron sus jóvenes asistentes de los últimos años, en los que transitaron juntos por el reconocimiento y el afecto.
Con Cotler trabajamos juntos 33 años y lo siento mi amigo. Y puesto a divagar o acaso conociéndolo, imagino que esperaba que dijera algo sobre ello desde un sentimiento contenido. Lo recuerdo llorando por las víctimas cuando en el IEP se discutían los hallazgos de la Comisión de la Verdad. No me siento su discípulo pero aprendí con él ciencia política. Compartíamos reuniones en que a veces nos excedíamos en el ejercicio de la crítica. Se burlaba también de mí, expresión de afecto ante digresiones mías. Y así en innumerables discusiones, me tocó ser calificado de posestructuralista, posmoderno, posmarxista, cristiano radical, preconizador de los llamados “estudios culturales” y defensor empecinado de las ONGs de promoción. Expresiones de humor, espacio para debatir ideas. En nuestro último encuentro, hace unos días, hablamos de política, de la abominable serie sobre Trotski de Netflix y de un artículo de una doble agente, amante de Fidel Castro y nexo con Kennedy, que Cotler estaba leyendo en el mismo momento de nuestro encuentro. La conversación transcurría desde un tropel de ideas, como siempre.
Queda el dolor, claro. Pero la confusión compartida por todos más difícil de razonar y de encontrar sosiego es la de recorrer el IEP y no encontrarlo. Nos falta su manifiesta lucidez y su afecto que afloraba y lo escondía.