¿Cómo evalúan los peruanos a sus alcaldes? por Jorge Morel

Foto : El Comercio

Los próximos meses serán fundamentales para marcar tendencias en la aprobación o desaprobación del alcalde Muñoz. La paulatina reducción de su popularidad (43% según el dato más actual del IEP) se entiende: Muñoz fue un producto electoral novedoso en las elecciones municipales de octubre pasado.  Recién durante el debate su figura despuntó. Con el paso del tiempo, el alcalde depende menos de su carisma y propuestas, y más de su capacidad para entregar bienes públicos perceptibles a la población. El apoyo del gobierno nacional será clave en este aspecto, dados los reducidos ingresos con que cuenta la municipalidad de Lima. La posible renegociación de los contratos con los concesionarios de los peajes, a raíz de los casos Odebrecht/OAS, abre una oportunidad para aumentar muy modestamente los ingresos de la municipalidad o para reducir el monto cobrado a los usuarios, dos escenarios que impactarían positivamente en la aprobación del alcalde.

Ahora bien, una pregunta previa vale la pena formularse. ¿Qué factores toman las personas en consideración para aprobar o desaprobar la gestión de un alcalde? El seguimiento de la opinión pública nos muestra, por ejemplo, que la aprobación del puesto de alcalde de Lima ha sido tradicionalmente alta por períodos considerables: Alberto Andrade (1995-2002) y Luis Castañeda (2002-2010), por ejemplo, manejaron aprobaciones muy altas durante sus períodos de gestión consecutivos. Ambos no eran personalidades con grandes discursos, por lo que la aprobación del alcalde de Lima no pareciera haber estado tradicionalmente asociada con tener una “idea de ciudad”. Notoriamente, Susana Villarán perdió popularidad apenas intentó articular un discurso reformista respecto a la política de sus antecesores. El tercer período de Castañeda encontró al mismo alcalde sin discursos que Lima eligió tres veces, pero también sin los recursos financieros para una política de provisión rápida de bienes públicos. De ahí su decaimiento desde el tercer año de la gestión.

¿Qué importa para evaluar una gestión municipal? La línea de base de este tipo de análisis parte, en principio, de un conocimiento sobre las competencias de los alcaldes y su desempeño efectivo en la gestión municipal.

La encuesta del IEP de abril de 2019 nos muestra una mayoría de encuestados a nivel nacional que califica las gestiones municipales (tanto distritales como provinciales) como “ni buenas ni malas”. Las cifras son increíblemente parecidas (y dentro del margen de error) para ambos tipos de municipalidad, lo que podría interpretarse como una evaluación “en paquete” del rol de la municipalidad en la vida del ciudadano.

Consultados sobre seis competencias de los alcaldes provinciales y distritales, la gran mayoría de encuestados adscriben la gestión del serenazgo a la municipalidad distrital. Para las demás categorías existe una mayoría que adscribe a ambos tipos de municipalidades tres funciones públicas: creación de espacios públicos, mantenimiento de vías y creación de postales y hospitales. Efectivamente, las municipalidades de ambos tipos son competentes en estas funciones según su ámbito territorial y la experiencia ciudadana cotidiana pareciera corroborar ese desempeño. El caso del Hospital de la Solidaridad es emblemático: una iniciativa de la municipalidad provincial que se complementa a las postas municipales de varios distritos.

En otras competencias, de menor importancia directa al ciudadano, se desconoce el rol fundamental de la municipalidad provincial: 57% de personas creen que la creación del plan de transporte urbano es una competencia compartida entre provincial y distrital (aunque esto cambia radicalmente con la aprobación de la Autoridad Autónoma del Transporte). Incluso un 14% de encuestados piensa que es competencia distrital. Igualmente, muchos encuestados desconocen que la administración de rellenos sanitarios es una función eminentemente de la municipalidad provincial. En ese sentido, mientras más cercana la competencia a la cotidianeidad del ciudadano, más conocimiento sobre el papel de la municipalidad. Mientras más alejada (no importa cuán importante sea esta competencia), menos conocimiento.

En buena medida, para el caso concreto de Muñoz, su éxito pasará por convencer a los ciudadanos de la importancia de esas funciones menos conocidas, menos cercanas pero más que cruciales para el destino de la ciudad. La calidad del aire (que en distritos del este de Lima ya alcanza niveles preocupantes) y la administración final de los desechos son políticas que tienen que pasar al primer plano del protagonismo municipal provincial. Ello por supuesto no debe pasar por un abandono de las políticas de creación de infraestructura que han sido el soporte político de las administraciones municipales limeñas.